Arturo DIEZ*
LEÓN, GUANAJUATO.-Vuelvo a leer “Amar al padre” y otra vez Margarita García Robayo me asombra. Más que la primera vez que lo leí. En la contraportada del libro leo “conjunto de ensayos” –publicados para diferentes revistas en distintos momentos de su vida–, pero recuerdo que la primera vez que leí este texto no pude evitar pensarlo como un “ornitorrinco” –expresión que tomo de Juan Villoro cuando escribe sobre la crónica–. En la relectura me ocurre lo mismo. No me atrevo a tomarlo como una crónica, a pesar del registro periodístico que hay en algunas partes de la narración, porque por momentos no es claro el pacto que propone la escritora colombiana: ¿ficción, biografía, autoficción? ¿Esto que cuenta pasó o no pasó?
Asimismo, como me comentó mi amiga y escritora Liliana Magdaleno, los textos que componen el libro tienen bastantes reflexiones que quitan la posibilidad de llamarlos anécdotas: “ese librito tiene el secreto de la vida”, me dijo. Por eso los considera ensayos. Entiendo que, para la editorial, por lo menos con objetivos de difusión, también lo son. Para mí, sin embargo, siguen siendo un ornitorrinco que se vale de diferentes técnicas para desplegar su historia, donde se confunde lo que la memoria recuerda, con lo que se quiere narrar, donde los silencios cuentan y la sabiduría de García Robayo permite pensarla como alguien que fue joven, pero no ilusa. Imágenes poéticas aparecen seguidas de una tensión narrativa que anima a querer terminar cada texto de un tirón y, después, mecerse el cabello con la duda de si se entendió todo. Releer, desandar las rutas acostumbradas.
Hay algo siniestro en “Amar al padre”, un texto que en el título pareciera rendir culto al progenitor. Pero leerlo es percatarse de que, en la mayor parte de la narración, no habla de él. Mucho menos de acciones claras que muestren ese amor. La tensión se teje en un secreto que parece estar por revelarse. A un padre ausente se lo puede amar buscándolo. Aunque sea en otros nombres, recordando ciertos episodios de la infancia, o preguntándose por qué una niña edípica mantendría la fijación en edad adulta. Presencias que son desencuentros. Hay algo siniestro en “Amar al padre” que no se nombra, una tensión narrativa que no termina de explotar, como ocurre en los grandes cuentos.
* Nací y crecí en Xalapa. Estudié ciencias de la comunicación en la UNAM y en mi tiempo libre me aficiona leer para vivir otras vidas, así como escribir para contar algo de la mía. Contacto: arturodiezg@outlook.com y arturodiezgutierrez.wordpress.com