Lalo PLASCENCIA
Brindar con champaña en la época decembrina es, en todos los sentidos, uno de los lugares comunes más relevantes de la actualidad. Es la burbuja por excelencia, evidencia de albricias, festejo por el cierre de año y deseo de éxito para el siguiente. En una copa se resumen -dependiendo de la etiqueta – años de trabajo de quienes la elaboraron, muchos ceros en la cuenta de quién la pagó, y una cantidad indecible de clichés que desarmarían cualquier película romántica del cine de oro estadounidense.
Sí, fue la bebida para consagrar a los reyes de Francia antes de la Revolución; fue el complemento del perfume -y dicen que el desayuno- de Marilyn Monroe; fue, es y parece que será la bebida oficial de las casas reales europeas; sigue siendo el trago por excelencia para una celebración civil o religiosa, y gracias a la fuerza corporativa del grupo LVMH en las últimas dos décadas se ha convertido en la bebida oficial de artistas, cantantes, eventos supuestamente elitistas y una forma de celebrar que no siempre evoca al histórico buen gusto al que está ligado la bebida.
Entonces, ¿el consumo de champaña se popularizó, o tal vez fue que la percepción sacralizada de la bebida se redujo a fuerza de muchísimos millones de dólares en astutas campañas de marketing hasta convertirla en un artículo con un aura de lujo pero de innegables condiciones aspiracionistas? La respuesta es digna de un tratado reflexivo, o al menos de una larga conversación con Bernard Arnault sobre su modelo de negocio. Lo que es cierto es que, independientemente del costo de la bodega seleccionada, se bebe champaña para celebrar y se celebra cuando se bebe champaña. Si bien esta frase pasa por lugar común, no es falaz, y personalmente me acomoda.
Desde 2019 tengo por tradición autoimpuesta, y por ende a mi familia nuclear, la apertura de diversas etiquetas de champaña para celebrar el año nuevo. Si bien para muchos la Navidad es más relevante, en mi caso es el fin de año una oportunidad para invocar a fuerza de burbujas la buena fortuna para los 365 días siguientes. Desde entonces, cada año me comprometí a invertir en una botella que mejorara a la del año anterior, no solo en precio sino en calidad, fama y que reflejara mis deseos de salud, dinero y amor. A la par preparo un plato de lentejas al estilo español que sirven de marco para el brindis con la etiqueta seleccionada. La creencia andaluza de buena fortuna de las lentejas, y la copa llena de costosas y valiosas burbujas francesas son muestra de mi deseo de agradecimiento, y de certeza de que el año que vendrá habrá más dinero, más sapiencia, y mayor oportunidad para beber y vivir mejor. Feliz 2025.
Recomendación del mes
DOM PERIGNON es síntoma de excelencia universal y hay poco que decir de la fama de la bodega. Recomiendo no hacer compras de emergencia para esta etiqueta, y buscar a mediados de año los millesimados más antiguos que el bolsillo le deje adquirir. Si las prisas de las fiestas ganaron, tenga cuidado con los sobreprecios ya que, si bien los vinos regulares pueden bajar de precio en las fiestas decembrinas, para la champaña puede ser contraproducente. Las burbujas francesas no están fuera del designio de la ley de la oferta y la demanda.
Lalo Plascencia
Chef e investigador gastronómico mexicano. Fundador de CIGMexico dedicado a la innovación en cocina mexicana. El conocimiento lo comparto en consultorías, asesorías, conferencias y masterclass alrededor del mundo. Informes y contrataciones en www.laloplascencia.com