Uriel de Jesús SANTIAGO*
CDMX.- Una de mis lecturas más recientes es Los Besos (Planeta/2021) del escritor español Manuel Vilas, un libro con el que tuve una conexión muy especial. Con solo ver la portada de inmediato me llamó la atención, pero me rehusaba a leerle dado que tiene 445 páginas y en ese momento estaba bastante ocupado, como para adentrarme en una novela “extensa”. Al final caí y comencé con la primera página, donde Salvador -el protagonista-aprovechando su reciente jubilación decide marcharse de Madrid a una casa de campo para pasar ahí la cuarentena. Así es, el virus que nos tuvo en vilo tres años ya deja su huella en la literatura.
Salvador es un hombre maduro, que ha dedicado su vida a la enseñanza, por elección su existir ha sido sumamente solitario, por eso decide marcharse, piensa que igual en el campo estará solo, pero al menos tendrá a la naturaleza que lo consuele. Lleva consigo muchas latas de comida y dos libros La Biblia y El Quijote que cataloga como “los adecuados para pasar el fin del mundo” que con tantas noticias de la pandemia inundando nuestros móviles y el televisor, lo vivimos como una ferocidad iluminada.
Llegando al poblado va a la única tienda que hay y conoce a Monserrat una mujer que está entrando a la madurez, es solitaria también, pero no por elección sino por circunstancias, vive distanciada de su madre y su único hermano; cuando se casó con un alemán y tuvo a Marc su único hijo, su ideal familiar terminó en divorcio y perdió la custodia del niño. Estaba sola en la vida, su única diversión era viajar a Madrid y recorrer sus calles, pero con la cuarentena ¡imposible!
Como los deseos no envejecen a pesar de la edad, ambos continúan manteniendo comunicación, con la excusa de adquirir productos de la tienda y sin que lo perciban o más bien con toda la intención mutua, comienzan una relación, de esas que en la vida resultan ser las más trascendentales: efímera, apasionada, sin futuro y que no entiende de razón.
Su relación no es para nada la clásica por todos contada, el autor hace aquí una oda a la esperanza, la soledad compartida y al amor. Las escenas eróticas del libro ya no son las desbordantes de la juventud, por el contrario, parecen premeditados descubrimientos por territorios ya conocidos; caricias, besos, deseo y aceptación. “La juventud no conoce de olores corporales. La madurez sí.”
Ambos se hacen compañía, se escuchan, se atienden, se miman y transcurren así la cuarentena, claro que no todo es luz, Salvador reflexiona que mientras el virus humillaba la vida del mundo, regalaba a la suya una ilusión y en una de las frases del libro con la que más me identifiqué dice “El mundo sufre de enfermedad, yo sufro de amor”.
Es pues una novela entrañable, bien construida y llena de cavilaciones sobre las pasiones humanas que conforman la vida.
*Es periodista cultural, estudiante de la ENAH y la UNAM, desde los 14 años colabora en diarios y revistas locales, ha publicado 5 libros sobre temas oaxaqueños, en 2021 recibió el Premio de la Juventud de Oaxaca de Juárez y es miembro corresponsal del Seminario de Cultura Mexicana. En redes: @UrieldeJesús02