Edgar SAAVEDRA*

Libre albedrío reúne a cinco mujeres artistas de diferentes geografías radicadas en Oaxaca: Susana Wald, Judith Ruiz, Dulce Aquino, Gilda Genis y L. Vázquez. En la exposición montada en marzo en Casa Bestia, Oaxaca, se pudo apreciar un conjunto de formatos, temáticas y técnicas pictóricas que, más allá de las coincidencias de género o ideologías, el verdadero punto de convergencia fue el arte.

¿Qué es el libre albedrío? Dicho de manera sencilla y sin aplicarle un carácter teológico es la capacidad y libertad que tenemos de tomar decisiones… que sean inteligentes, trágicas o absurdas es otra historia. No podemos decir que las bestias tengan esta facultad, pues no son racionales y carecen de conciencia. Ese privilegio es únicamente para quien tiene principios y valores morales, es decir, son propias de los seres humanos.

Ahora bien, cuando esta capacidad la llevamos a la escena del arte suceden cosas maravillosas e intrigantes. Pero, ¿cómo así? Ah, porque el arte es poderoso, o mejor dicho, sus protagonistas nos ofrecen un fruto estético que apela a nuestros sentidos más sensibles como la belleza, la espiritualidad o una visión diferente de interpretar la historia, sus circunstancias, los elementos o el instante que somos por utilizar un poco de retórica. Por supuesto que al arte se le pueden poner muchos disfraces y llevarle a la radicalización aunque no es el caso de la muestra Libre albedrío.

Libre albedrío fue una genealogía bien pretendida: desde lo emergente, lo consolidado hasta lo consagrado. La temática fue variopinta, se trataba que cada una expusiera lo que desearan. Por ejemplo, Susana Wald  nos ofreció con sencillez magistral, sin la vista gorda de la mochería mexicana, un erotismo elegante, horizontal en sus infinitas posibilidades y trascendido en el deseo cotidiano, íntimo, circular, fugaz y luego permanente porque el arte registra los códigos íntimos del ser, los convierte en doble placer tras la mirada. En la obra de Wald el amor –sea encarnado o surrealista– abre la puerta a una libertad sin pelos en los ojos.

Judith Ruiz, artista multifacética, regala a la mirada del espectador dos piezas de aparente antagonía, no obstante, hay tonos entramados y matizados que definen su paleta de colores de larga data. La pieza “Ay mamá los toros” –un titulo de agradable jiribilla– posee una fuerza dramática al tiempo que observamos una danza lúdica y premonitoria bajo la conversión estética de la tauromaquia. Gilda Genis en “Anidando” utiliza una metáfora visual de pliegues somáticos. ¿Será que en nuestra simbólica coronilla habitan pájaros imprevisibles alimentados con quién sabe qué mágica sustancia? Los elementos retóricos de esta pieza nos ubica en la imaginería más acuciante que utiliza hilos identitarios de la actual pintura oaxaqueña.

En Dulce Aquino hay pasión por los colores semejantes al púrpura en sus dos pinturas para compartir sus inquietudes estéticas, argumentales y con efecto axial, digamos, para que el observador pueda mecerse cómodo entre lo figurativo y lo abstracto. En su pintura “Matria” aparece la imagen sensual y legendaria de un icono de la cultura urbana de México –Helvia Martínez Verdayes, la tremenda modelo para la escultura de La Diana Cazadora de Paseo de la Reforma, fallecida, por cierto, recientemente a los cien años de edad– como una de las actoras de la pintura collage que se proyecta en una especie de fascinante autorretrato. Sobre el mismo escenario de “Matria” y para consolidar la triada hay una alusión a la mítica belleza griega que pondera hasta el día de hoy.

Luego aparece L. Vázquez, la propuesta emergente de la exposición. Los invitados para su acto creativo son nada menos que Adán y Eva, los pregoneros desleales del libre albedrío. En otra de sus pinturas encontramos exhibiendo su propia fuerza a una contemporánea Afrodita que asimila metafóricamente la preocupación mortal del virus del Covid-19, pero también hay un detalle inquietante: la cinta de «no pasar» que tapa sus labios refiere al antiguo machismo a ultranza de los civilizados griegos. Por último, hay una pintura muy limpia, es un pájaro maya llamado Toh, que significa reloj. Se encuentra encaramado sobre el cañón del arma de la extinción que apunta a los culpables: el que está mirando.

 

*Periodista cultural. edgarsaavedra@outlook.com

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