Arturo DIEZ*

Cuando dicen que una imagen vale más que mil palabras, siempre me pregunto ¿qué imagen y respecto a cuáles palabras? Si son palabras desgastadas por los días, es sencillo que una imagen valga más. Si es una imagen manida por la costumbre, no. Pienso en esas imágenes que en su repetición vamos volviendo cotidianas y que también van acompañadas de palabras, encabezados de periódicos que nos anuncian muertes y cuando no ocurren a nadie que conozcamos, vamos trivializando. Pienso que la combinación de ciertas palabras e imágenes, por muy polvorientas que estén, puede tener un brillo espectacular. Estos pensamientos me surgían en la sala oscura mientras miraba Sin señas particulares de la directora mexicana Fernanda Valadez.

Tras pasar tres años de mi adolescencia en escuelas religiosas, los símbolos eclesiásticos, por su presencia diaria, fueron perdiendo su efecto en mí. Por diferentes vicisitudes de estudios, los últimos dos años he tenido que sumergirme en la lectura de sus significados. Llegué a pensar que es necesario desaparecer el significado de “el mal” como un ente o sustancia que puede afectarnos, para entenderlo desde la ética. Es decir, dejar de entender el mal como algo extranatural para verlo desde las relaciones sociales. Pero con la película de Valadez, este pensamiento comenzó a desplomarse. Su película no hacía quedar mis ideas como equivocadas, sino que me permitió ver que el mal como una presencia que nos va cercando, también produce efecto ante los hechos de violencia que el país ha vivido durante ya varios años. Esta violencia es en sí un símbolo maléfico, algo que puede poseer a cualquiera y no sólo a quien “ande en malos pasos”.

Sin señas particulares se centra en la historia de Magdalena (Mercedes Hernández), quien busca a su hijo desaparecido en un viaje hacia la frontera con Estados Unidos. En su búsqueda, conoce a Miguel y se dirigen a Ocampo, Guanajuato, un pueblo que se encuentra a merced de un grupo delictivo. Hasta aquí parece una historia común que retrata la violencia en México. Sin embargo, el tratamiento que hace la directora, es lo que le da un gran aporte al filme. El dominio de imágenes oscuras a lo largo de la película, la presencia del símbolo del fuego que todo lo va arrasando, un crepitar de algo que no es leña, la sombra del mal que va merodeando y cercando un final de pocas salidas. El filme de Valadez es bastante narrativo, pero al mismo tiempo acumula diversas imágenes poéticas que se quedarán grabadas en la mente del espectador como un temor que no terminará de articular.

 

*Nací y crecí en Xalapa. Estudié ciencias de la comunicación en la UNAM y en mi tiempo libre me aficiona leer para vivir otras vidas, así como escribir para contar algo de la mía.

arturodiezg@outlook.com y arturodiezgutierrez.wordpress.com

 

Compartir