LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES EN MÉXICO
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández
Por ahí he leído y he escuchado que los pueblos que no conocen su historia corren el riesgo de repetirla. Así es que, con motivo de la siguiente elección presidencial en México, tengo el temor de que una parte de los electores con credencial para votar puedan con su voto ayudar a repetir historias conocidas, vividas o sufridas, sea por desconocimiento o falta de interés en conocer el contexto histórico de la elección presidencial. Digo lo anterior porque supongo, al efecto, que -tan solo por razones de edad- para mucho más de la mitad de la población en edad de votar en junio de este año los nombres de Arnulfo R. Gómez y de Francisco R. Serrano son totalmente desconocidos.
Hubo una época en que el candidato presidencial que alcanzaba el segundo lugar en la elección presidencial ocupaba la vicepresidencia de la república; imaginará usted entonces que la cosa más natural del mundo era que presidente y vicepresidente vivieran una relación digamos más bien que algo -si no es que mucho- tormentosa. Llegó a suceder, por ejemplo, que un vicepresidente se rebeló contra el presidente y nada más lo mandó matar. Aunque hubo otro caso en que los dos, presidente y vicepresidente, murieron juntos asesinados por un general golpista. Así es que, al parecer, se pensó que lo mejor era cortar por lo sano y desaparecer -en el texto de la Constitución de 1917 vigente- la figura de vicepresidente de la república.
Obviamente que de cualquier forma quedó siempre el problema, de una parte, de nombrar, designar o elegir a los candidatos presidenciales y, de entre estos nominados -o apuntados ellos solos-, al presidente de la república. Más aún si se tiene en cuenta que para entonces el país se encontraba en plena guerra civil, mejor conocida como Revolución Mexicana de 1910 y sus secuelas. El primero que tuvo que enfrentar este problema fue don Venustiano Carranza, quien no confiaba mucho en los generales revolucionarios por lo que propuso o propició que el candidato a sucederlo fuera un civil; lo que desde luego no le gustó a los militares y nada más lo mataron, al presidente, a don Venustiano.
Esto no fue obstáculo para que rápidamente el Congreso de la Unión designara al sucesor del presidente asesinado, quien cubrió el periodo restante incluido el electoral; elecciones que desde luego ganó el general Álvaro Obregón, al que previo el levantamiento militar (de rigor en esos tiempos) -la llamada “rebelión delahuertista”, porque fue encabezada por el expresidente que sucedió a don Venustiano, Adolfo de la Huerta-, le sucedió en la presidencia el general Plutarco Elías Calles.
Desde luego que si bien el presidente era don Plutarco, el que tuvo el cuidado de mantener el poder militar -es decir, el control del Ejército (bastante mermado éste en el número de generales prominentes después de la rebelión delahuertista)- era el general Obregón; quien además tomó la precaución de preparar a su más cercano colaborador y amigo, el general Francisco R. Serrano, para que en su momento ocupara la presidencia. Para lo cual, entre otras cosas, lo mandó a viajar por Europa a conocer el gobierno de esos países en una especie de curso de posgrado fast track.
Solamente que cuando el general Serrano regresó de Europa -no obstante que fue aclamado entre vítores durante su viaje en ferrocarril de Veracruz a México- el general Obregón ya había cambiado de opinión. Así es que se llevó a cabo una reforma constitucional para permitir la reelección presidencial por un solo periodo que no fuese de manera inmediata, no obstante que el motivo de la guerra civil o Revolución Mexicana de 1910 fue luchar por el “Sufragio Efectivo. No Reelección” (mismo lema que utilizó el general Porfirio Díaz cuando se levantó en armas en contra de don Benito Juárez).
Entre tanto, el general Arnulfo R. Gómez -colaborador cercano y amigo del presidente Plutarco Elías Calles-, lanzó su candidatura a la presidencia de la república. El general Francisco R. Serrano también lo hizo, para lo cual antes fue a platicar con el presidente Calles, por lo que éste le sugirió que fuese a platicar a su vez con el general Álvaro Obregón; entrevista ésta que no terminó en muy buenos términos, pues Obregón le sentenció a su antiguo amigo que uno iría a la silla presidencial y otro al paredón. Para no hacer la historia muy larga, ambos generales -Serrano y Gómez- fueron asesinados.
A uno le aplicaron la ley fuga o lo asesinaron a mansalva junto con sus acompañantes -después de haber tenido el cuidado de atarles las manos-, en Huitzilac, después de haber sido detenido en Cuernavaca cuando festejaba su onomástico. Para estar seguros de que el general Serrano estaba bien muerto, a los perpetradores de la matanza se les ordenó que llevaran los cuerpos al Castillo de Chapultepec -entonces todavía residencia presidencial-, donde estaban Obregón y Calles. Dicen que, compasivo, Obregón expresó conmovido: “Mira, Francisco, cómo te dejaron. Pero ya te di tu cuelga porque mañana es día de San Francisco”.
El otro general -Arnulfo R. Gómez- fue fusilado (por órdenes escritas del presidente Calles, vía telegráfica) en Coatepec, Veracruz, después de haber ido a refugiarse a una plaza militar en Perote, Veracruz y luego permanecer escondido, huyendo, en la montaña. Desde luego que ambos fueron acusados de preparar un golpe militar. Al año siguiente, cuando era ya presidente electo, el general Obregón fue asesinado por un activista o fanático que, por su parte, se sintió agraviado por la Guerra Cristera, es decir, la otra guerra civil en contra de los creyentes y practicantes de la religión católica; asesinato que le vino como anillo al dedo a don Plutarco.
El presidente Calles tuvo el cuidado de que el Congreso de la Unión nombrara a un civil para cubrir temporalmente la presidencia -el Lic. Emilio Portes Gil- y convocara a elecciones. Tuvo también el cuidado de formar un partido político único que reunió a todos los partidos políticos dispersos en las entidades federativas, formados al amparo de los generales revolucionarios. Esto le permitió convertirse en el Jefe Máximo de la Revolución, es decir, el poder detrás de la presidencia; hasta que llegó otro general que no quiso compartir con él el poder presidencial y nada más lo desterró.
Aparentemente muchas cosas han cambiado, pero el modelo presidencialista establecido en la Constitución de 1917 permanece tal cual, con las facultades constitucionales formales -convenientemente ampliadas y fortalecidas- y las facultades de facto -también ampliadas y fortalecidas, sobre todo cuando el presidente tiene mayoría en las cámaras federales y con esto puede eludir todo tipo de control constitucional- que se retroalimentan con dos situaciones básicas: de una parte, que el presidente es el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y, de otra, el centralismo presupuestal en un régimen de economía mixta pero con amplia intervención estatal en la economía.
Si a esto le agrega usted que el presidente es el líder natural del partido gobernante, en el círculo vicioso descrito que retroalimenta el presidencialismo autoritario tenemos la ecuación perfecta para mantenerse en el poder sin necesidad de rendir cuentas ni tener que ofrecer resultados positivos en la gestión gubernamental; mucho menos ser sancionado por los electores con un voto en contra.
Por fortuna ahora ya no se acostumbra matar en las casillas votantes que se supone van a votar en contra del partido en el gobierno; otra historia que vale la pena recordar otro día, con la ayuda de las Memorias del general Gonzalo N. Santos. Pero, por lo pronto, mejor no deje de ir a votar, así no sentirá remordimiento de conciencia porque con su abstención favoreció algo que no quería que volviera a pasar.
Ciudad de Oaxaca, 2 de enero de 2024.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos (Francia) y doctor en Derecho (México). Posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas (España) y en Regímenes Políticos Comparados (EUA). Tiene la Especialidad en Justicia Electoral otorgada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Es autor de libros de Derecho Público, Privado y Social; Administración Pública y Ciencia Política; Derecho Electoral y Derecho Procesal Electoral; sus libros se encuentran en bibliotecas, librerías, en Amazon y en Mercado Libre. Las recopilaciones anuales de sus artículos semanales están publicadas y a la venta en Amazon (“Crónica de una dictadura esperada” y “El Presidencialismo Populista Autoritario Mexicano de hoy: ¿prórroga, reelección o Maximato?”); la compilación más reciente aparece bajo el título “PURO CHORO MAREADOR. México en tiempos de la 4T” (solo disponible en Amazon).