Penélope MARTÍNEZ CAMPOS*
SANTIAGO DE QUERÉTARO, QRTO.– Recientemente asistí a la presentación del libro Sumario de plantas oficiosas de Efrén Giraldo, aprovecho para recomendar esta obra que, entre poesía, ciencia y arte, nos invita a mirar a las plantas con nuevos ojos, a reconocer su presencia constante y silenciosa en nuestras vidas y a maravillarnos con todo lo que nos ofrecen. Salí de ahí con una sensación de asombro renovado, como si una ventana se hubiera abierto para recordarme la conexión íntima que tenemos con lo verde, lo vivo, lo esencial.
Las plantas están ahí, siempre, nos acompañan toda la vida. Nos rodean en formas tan diversas que a menudo se vuelven invisibles: el árbol que da sombra a nuestro camino, la maceta que adorna un rincón del hogar, el parque donde respiramos profundamente después de un día difícil. No sólo embellecen el mundo; lo sostienen. Nos dan oxígeno, alimento, refugio y, de maneras menos tangibles, pero igual de importantes, calma, consuelo y hasta esperanza.
Durante la pandemia, cuando todo parecía estar en pausa, muchos encontramos en un jardín, una planta o incluso una pequeña terraza un refugio para el alma, porque cuidar una planta, verla crecer y entender su ritmo natural es también un acto de autocuidado que nos recuerda que en la simplicidad de la vida verde hay una lección profunda. Las plantas son maestras del equilibrio, nos aleccionan acerca el tiempo, la paciencia y la resiliencia. Sus raíces exploran con delicadeza los caminos ocultos bajo la tierra, adaptándose a lo que encuentran, mientras sus hojas, al contacto con la luz, responden en un acto silencioso de creación y renovación. Nos recuerdan que la vida encuentra formas de persistir, crecer y transformarse, incluso en medio de la incertidumbre. Su presencia nos enseña a apreciar el silencio, a encontrar consuelo en lo sencillo y a reconocer que no siempre debemos correr, que a veces basta con simplemente permanecer.
Las plantas han sido compañeras inseparables de la humanidad, no sólo han nutrido nuestros cuerpos, sino también nuestras historias y culturas. Desde los mitos más antiguos hasta las narrativas contemporáneas, las plantas aparecen como símbolos de vida, renovación y conexión. En sus raíces y hojas se encuentra el conocimiento acumulado de generaciones, un saber que hemos heredado y que debemos cuidar. Como mencionó Giraldo durante la presentación, las plantas son guardianas de historias, tanto reales como imaginarias, que nos enseñan sobre nuestra propia humanidad.
Pero las plantas no sólo están ahí para ser admiradas; son la base misma de nuestra existencia, imprescindibles para que la vida humana prospere. Sin ellas, simplemente no podríamos subsistir; purifican el aire que respiramos, estabilizan los suelos que nos alimentan, moderan las temperaturas que nos protegen y sostienen ecosistemas completos que nos proveen recursos esenciales. Cada árbol que plantamos y cada espacio verde que protegemos no es sólo un gesto simbólico, es un acto de supervivencia, un regalo vital para las futuras generaciones. En un mundo donde el cemento reemplaza al verde y la desconexión con la naturaleza crece, reconocer nuestra dependencia absoluta de las plantas no es un lujo ni un capricho, es una urgencia que define nuestro futuro.
Reconectar con ellas, sin embargo, no exige grandes gestos, basta con detenernos a notar su presencia: el vaivén de un árbol al viento, el florecimiento silencioso de una planta o el aroma fresco de la tierra húmeda. En esas pequeñas experiencias, redescubrimos nuestra relación con el mundo natural, un vínculo que nunca debería haberse roto; al cuidar una planta, sembrar una semilla o simplemente detenernos a observar su delicada complejidad, nos reencontramos con un ritmo más pausado y generoso que nos recuerda lo que realmente importa: coexistir con respeto y gratitud por la vida que nos rodea.
Salí de aquella presentación con una idea clara: las plantas no son sólo un fondo en nuestra existencia, son el latido silencioso que nos conecta con la vida. En cada árbol, en cada hoja, en cada flor, hay una lección de resiliencia y armonía, un recordatorio de que somos parte de un ciclo más grande que necesita nuestro respeto y cuidado para perdurar. Tal vez, en lo verde y lo callado, encontremos no sólo belleza, sino también esas respuestas que buscamos sin darnos cuenta. Que nunca nos falten las plantas, su sombra que nos calma, su frescura que nos renueva y su presencia que nos ancla a lo esencial. Recordemos siempre que coexistimos con un mundo que respira y florece junto con nosotros.
*Bióloga egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM con maestría en Neurobiología y candidata a doctor en Ciencias Biomédicas. Por muchos años ha sido profesora y ha colaborado en diversos programas de divulgación científica. Sociedad de Científicos Anónimos Querétaro
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