PARA ESTE DÍA DE MUERTOS
Por Mariana Navarro
De la serie: Mujeres que recuerdan con alma
“La muerte no apaga la vida: la depura.”
— MNP®
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LA VIDA COMO OFRENDA
Por Mariana Navarro
De la serie: Mujeres que recuerdan con alma
Para este Día de Muertos no he preparado altar.
No hay flores, velas ni incienso en mi mesa, pero sí gratitud en el corazón.
No tengo muertos en la familia, tengo personas que se adelantaron en el camino y cuya sangre sigue corriendo por mis venas.
Están en mis gestos, en mis palabras, en mis silencios; en todo aquello que no muere aunque el cuerpo ya no esté.
He comprendido que el verdadero altar no siempre se levanta con objetos,
sino con memoria y amor.
La vida cotidiana, con sus pequeños actos de ternura,
puede ser la ofrenda más profunda.
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DE LA AUSENCIA A LA GRATITUD
No habrá calaveras ni papel picado,
sino festejos por haber coincidido con personas valiosas que ahora habitan la eternidad.
De ellas aprendí que la fe no se hereda: se cultiva.
Y que el recuerdo, cuando se alimenta de agradecimiento,
se vuelve presencia.
Agradezco haber tenido el privilegio de compartir camino con quienes hoy me enseñan, desde el silencio, que la vida continúa en cada gesto bueno,
en cada palabra que construye,
en cada sonrisa que ilumina a otro ser humano.
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UNA ESPIRITUALIDAD QUE ABRAZA LA LUZ
Este año no vestiré mi casa con motivos fúnebres.
Abriré las cortinas para que el sol entre y bendiga los espacios.
Porque celebrar a los muertos no es quedarse en la penumbra,
sino dejar que la luz acaricie la memoria.
Hablaré directamente con Dios,
no para pedir por quienes partieron,
sino por quienes aún respiramos y necesitamos esperanza.
Mi plegaria será sencilla:
que cada uno de nosotros aprenda a vivir con más conciencia,
a amar sin miedo,
a dejar huellas que merezcan ser recordadas.
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CUANDO RECORDAR ES RENACER
Este Día de Muertos abrazaré a los vivos que llevan la esperanza herida.
A los que sienten que algo dentro de ellos murió antes de tiempo.
Porque también existen muertes invisibles:
la del ánimo, la de la fe, la del amor propio.
Por eso mi ofrenda no tendrá flores marchitas,
sino la intención de florecer con los demás.
Mi incienso será una sonrisa,
mi altar un corazón dispuesto,
mi ritual el acto cotidiano de dar gracias.
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CONCLUYENDO
Pensar en la muerte es, en el fondo, un ejercicio de amor a la vida.
No hay duelo más sabio que aquel que se transforma en gratitud.
Y no hay epitafio más luminoso que este:
“Aquí está y vive una persona que no quiere morir en vida.”
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EPÍLOGO
Porque vivir también es una forma de honrar a los muertos.
La fe no siempre necesita altares visibles,
la memoria no se apaga en el olvido,
y quien agradece está resucitando un poco cada día.








