Por Elvira Zorrero Lara, Máster en Educación de la UAG


Un viaje, enamorase de alguien, correr un maratón, graduarse… son experiencias inolvidables que marcan nuestra vida. Desde mediados de marzo del presente año, la vida ha cambiado drásticamente para la mayoría. La rutina se transformó, y de un día a otro cesaron muchas actividades cotidianas. La manera como interactuamos dio un giro de 180 grados, y gran parte de la sociedad se quedó en casa.
Sería mentira afirmar que toda esta experiencia fue mala. Si la analizamos, veremos que fue un tiempo importante para detenernos y apreciar muchas cosas de la vida. Algunos tuvieron la oportunidad de estar más tiempo con sus seres queridos, de convivir, ayudar en las labores del hogar, estar unidos; los padres de familia se involucraron más en el proceso de aprendizaje de sus hijos.
En el área de la educación fue todo un suceso el impartir y recibir clases en línea. Los docentes hicieron de la tecnología un aliado clave. Para algunos fue sencillo, mientras que para otros fue todo un reto: debieron romper paradigmas y aprender contrarreloj el uso de diferentes plataformas. Los alumnos, aunque en general están más habituados a la tecnología, no la utilizan como medio de aprendizaje, sino más bien como herramienta de entretenimiento. Fue una gran hazaña cambiar su visión y lograr que consideraran a sus dispositivos como una herramienta para facilitar y potenciar el aprendizaje.
Alumnos y maestros han vivido de diferente manera esta experiencia. Algunos desean volver a las clases presenciales y dejar atrás este capítulo. Pero, cuidado: olvidarlo sería un gran error, porque lo vivido ha dejado grandes experiencias y ha expuesto problemáticas que es urgente resolver.
Ante la gran interrogante que nos hacemos los trabajadores de la educación sobre los cambios pedagógicos que deben implantarse en el regreso a clases presenciales, la respuesta va acorde con las necesidades y la realidad de los protagonistas del proceso educativo. Es imposible generalizar una respuesta; sin embargo, cada institución y cada docente saben o visualizan las estrategias que deben adoptar.
No obstante, puedo afirmar que el cambio más fuerte y en el que todos debemos tomar parte es el de transformar lo que impida el aprendizaje de los alumnos. Cada docente, en un ejercicio de reflexión, deberá analizar si su manera de impartir sus lecciones realmente garantiza la continuidad del aprendizaje. Debe desterrarse toda práctica que no abone al logro de los objetivos académicos. Asimismo, es importante pensar y analizar la forma como evaluamos, y dar verdadero valor a lo que en verdad lo merece.
Está en nuestras manos decidir qué tanto aprovechamos esta experiencia y la transformamos en cambios que den un mejor rumbo a nuestra vida y a los de los que nos rodean.
e.zorrero@edu.uag.mx

Compartir