Toño SALDAÑA*
BARCELONA, ESP.-Nuestro cerebro tiene un asombroso poder para etiquetar a nivel somático las decisiones, pensamientos, acciones o situaciones que vivimos. Con la información que recibe de los sentidos y otros receptores va registrando lo qué es o no peligroso para así crear las respuestas, ya sean de acción o emocionales, que nos alejen del “peligro”.
Nos ahorraríamos muchas metidas de pata si aprendiéramos a escuchar lo que nos está diciendo el cuerpo, porque antes que el cerebro entienda lo que está sucediendo el cuerpo ya lo sabe. En una investigación realizada en la Universidad de Iowa se descubrió la rapidez que tiene el cuerpo para aprender; el experimento consistía en poner a una persona frente a varios mazos de cartas que le hacían ganar o perder dinero, al poco tiempo, diez cartas para ser exactos, el cuerpo ya tenía una respuesta de cuáles eran los mazos y la secuencia de cartas peligrosas: la piel se erizaba, los músculos se tensaban y el corazón se aceleraba, pero lo más sorprendente fue descubrir que el cerebro tardó hasta la carta número ochenta para poder entender lo que el cuerpo ya sabía.
El cuerpo habla de manera diferente a lo que estamos acostumbrados, por ejemplo, cuando estamos tristes los brazos nos cuelgan y la espalda se encorva; ante el miedo nuestro corazón se acelera, respiramos más rápido y nos tensamos. Todo el tiempo tenemos respuestas físicas, si hace frío encogemos los hombros o frotamos las manos, si hace calor caminamos más lento y sudamos. Esta reacción sirve para que el cerebro sepa lo que pasa y nos diga qué hacer. Es por eso que la mente siempre da prioridad a la postura y los gestos del rostro más que a las palabras y los pensamientos, por ejemplo, si tocas algo que quema aunque dijeras “está frío” la mente hará caso a lo que siente la mano.
El mantenernos erguidos, con la espalda recta, evita que tengamos problemas musculares y de columna, mejora la oxigenación, da la impresión que somos más altos y más esbeltos. Las malas posturas pueden ocasionar problemas como lumbago o escoliosis, además de molestias digestivas. Hay otro factor importante, el cerebro interpreta la postura y el pensamiento para crear la emoción que le corresponde, influyendo de este modo en el estado de ánimo; cuando verbalmente dices que estás bien, pero el cuerpo no lo refleja, la mente hará que te sientas cómo dice tu postura.
La investigadora de Harvard Amy Cuddy estudió por años la relación entre la postura del cuerpo y el poder personal, demostrando que una postura expansiva, erguida y con los brazos y piernas abiertos, hacía descender los niveles de cortisol: “El poder no solo nos expande la mente, sino también el cuerpo. El lenguaje corporal expansivo y abierto está estrechamente asociado con la dominación en el reino animal. El estatus y el poder, sean temporales o estables, benevolentes o siniestros, se expresan por medio de manifestaciones no verbales evolucionadas: miembros extendidos, la ocupación de un mayor espacio vital, una postura erguida. Cuando nos sentimos poderosos, nos estiramos, levantamos la barbilla, erguimos la espalda, abrimos el pecho y alzamos los brazos”. Afirma Cuddy.
El cuerpo es mucho más que una masa que nos ayuda a estar aquí, es el responsable de nuestro estado de ánimo. Por eso, si quieres cambiar tu mente comienza corrigiendo tu postura por una poderosa, aunque tu realidad emocional sea otra, el cerebro siempre dará prioridad a lo que diga el cuerpo.
La intuición es el cuerpo susurrándote la respuesta, aprende a escucharlo porque nunca se equivoca.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960.
Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.
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