Toño SALDAÑA*
BARCELONA, ESP.-Reflexionaba sobre la relación entre Batman y el Joker, me pareció muy peculiar que viendo la historia desde los ojos del heróe, hay una sed de venganza disfrazada de justicia por el asesinato de sus padres. La ciudad de Gotham vive sumergida en el caos por la pobreza, la desigualdad económica, la falta de oportunidades y el crimen organizado. Así que, viendo con los ojos del Joker que cansado de malos tratos, humillaciones y falta de recursos, enloquece y dentro de su desesperación decide hacer justicia por su propia mano, el personaje nos muestra que cualquiera en una situación límite podría terminar como él. Tal vez no sea lo suficientemente fan de está historia para hacer un análisis más profundo, pero desde dónde siempre los vi, tanto el villano como el héroe tenían algo en común: ambos eran víctimas y pensaban que hacían lo correcto. Está claro que el héroe enmascarado no nació siendo Batman ni el villano nació siendo el Joker, cada uno fue el resultado o las consecuencias de un largo recorrido en donde cada decisión era justificada por el trasfondo que le precedía, el cual resultaba ser positivo para quien lo hacía y negativo para el que lo recibía.
Cuando decimos positivismo lo relacionamos con frases que invitan a correr sobre un campo lleno de flores, arcoiris y unicornios, pero cuando la vida se presenta con sus múltiples facetas, muchas de ellas dolorosas o incontrolables, reaccionamos cómo mejor podemos, a veces, alejados de lo “correcto”. Por ejemplo, un niño pudo interpretar que sus padres lo habían abandonado sólo por el hecho de ir a trabajar y hoy como adulto no quiere relacionarse con nadie porque teme que lo abandonen. Es un hecho que todo lo que hacemos negativo en el fondo tiene una intención positiva, que casi siempre se remite a defender o proteger al niño o niña vulnerable y herido que vive en nuestro interior.
La vida no es de color de rosa y el no tener guías especializadas que nos enseñen desde pequeños a gestionar nuestras emociones nos deja a la deriba para que nos autoeduquemos. Es hilarante pensar que un niño aprenderá en solitario de las experiencias que vive y sabrá cómo actuar, sentir, reaccionar o discernir ante la vicisitudes de la vida, siendo que ni los adultos tienen idea de cómo hacerlo, así que vamos moldeándonos a prueba y error, lo que funciona lo repetimos y lo que no lo descartamos y así creamos nuestras estrategias de supervivencia.
Detrás de todo comportamiento, enfermedad, sentimiento o emoción hay una intención oculta que hace que nos aferremos a repetirlo, todo lo que nos impide avanzar lo tenemos justificado dentro de nuestra propia narrativa. Imagina que soy tu subconsciente y te pido que protejas una figura de cristal muy fino, que es tu herida, lo más lógico será que busques todas las formas para que no sea dañada, tal vez la cubras con un domo –ira–, puede que instales un sistema láser –agresividad o desconfianza– o pongas sistemas de alarmas –gritos, celos o ansiedad–, pero si alguien la toca cerrarás todas las puertas para protegerla –rechazo, lucha o huída–. Así funciona nuestro cerebro defendiendo una creencia como si la vida dependiera de ello alimentando al ego para que crezca, se fortalezca y nos domine.
Te invito a que observes tus comportamiento y preguntes: ¿por qué lo hago? y cuando te respondas vuelve ha hacerte la misma pregunta una y otra vez hasta que te duela la respuesta, ahí será el momento en que descubras cuál es la intención positiva de tu actitud y puedas sanar.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960. Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.
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