Compartir

Jasmina HARTIANA*

Saben me tomó muchos años aprender a defenderme. Si, aunque tengo fama de enojona y en realidad no se trata de eso, de enojarse así por qué sí. Me refiero a que me tardo muchos años encontrar los argumentos que sirvieran de límite con las personas. El no decir nada en el momento equivocado creo que hizo de mi propia imagen una especie de mujer dócil. Cosa que nunca he sido, a pesar de mi mudez pasajera.

Ahora que han pasado los años, comprendo que no se trata de una incapacidad mental, lo cual es un alivio, como pensaba al principio. Lo que sucedía es que no comprendía que tenía el derecho de pensar, sentir y actuar diferente al resto, sobre todo dentro de una familia tan hermética como la mía. En algún momento, quizás en terapia, comprendí que no había nada de malo en mi forma de ser, que tan solo era un ser con cierto grado de conciencia personal experimentando mis formas.

Mirando el pasado considero que lo que me llevo mucho tiempo comprender es que las demás personas no tenían forzosamente que entenderme, solo respetar mis decisiones y el tiempo diría que era lo mejor para mí. Esa acción de liberar aquellos de un permiso o consentimiento acerca de mi forma de pensar, de alguna manera me ha liberado de mí misma. Hace unos años le pregunté a un buen amigo si existía alguna forma mágica de liberarse del sistema. Él con su biblioteca andando me explicó que no existía dicha fórmula, que todos en algún momento quedamos atrapados dentro del propio sistema. Y tenía toda la razón. La libertad en realidad es diminuta y la buscamos en el lugar incorrecto, allá afuera en el propio sistema. Cómo queriendo pedir permiso por lo que somos, por los colores que nos gustan, la música que escúchanos, los libros que leemos, incluso por nuestros pensamientos. Y ese permiso no está se encuentra afuera, está adentro.  Porque cuando nos perdonamos, aceptamos nuestras diferencias del resto y dejamos escapar por el balcón el terror de ser excluidos; recibimos a cambio una valiosa dosis de libertad.

Es entonces cuando en el preciso momento sale de nuestros labios la palabra en forma de argumento que mejor nos define y pone el límite exacto con el exterior. Lo de afuera queda congelado por un tiempo, por un tiempo también probará otras técnicas. Pero aquello que viene de adentro es fuerte y hermoso, así que lo que sigue es la tolerancia, de ambas partes. Nos hemos quitado las caretas, desnudamos nuestros puntos diversos y aun así formamos parte de un todo.

*Soy fotográfa y cuentista. Cuentos: Anabel, Miel con veneno, Imágenes que cuentan, Entretenimiento para Adultos, El Cerrajero, y la Chica del Tutu. jazminahartiana@hotmail.com

Compartir