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INFANCIA Y VERDAD

Por Mariana Navarro
Periodista cultural, escritora y especialista en ética aplicada y tecnología con enfoque humano.

“Todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan.”
— Antoine de Saint-Exupéry, El Principito

EL NIÑO EN EL ESPEJO

GUADALAJARA, Jalisco.- La literatura universal está llena de niños que revelan la verdad a los adultos.
El pequeño príncipe de Saint-Exupéry, que con una sola pregunta desnuda la vanidad de los mayores.
Los niños de Dickens, cuya pobreza nos recuerda la deuda social de la Revolución Industrial.
O el niño del cuento de Andersen que grita “¡El rey está desnudo!”, cuando todos callaban.

En cada uno de estos ejemplos, el niño no es ornamento ni excusa: es la medida de la verdad.

EL ARTE COMO TESTIGO

En la historia del arte, la infancia fue símbolo de ternura y de denuncia.
Goya pintó a los niños en juegos y peleas callejeras, revelando las desigualdades de su época.
Sorolla los retrató bañados de sol y agua, libres, como recordatorio de lo que la vida debería ofrecer.
Y fotógrafos contemporáneos nos siguen mostrando infancias fracturadas, desplazadas, invisibilizadas.

El arte se convierte en espejo: no nos muestra al adulto que dice ser niño, sino al niño real que necesita ser protegido.

LA HISTORIA QUE NO DEBE REPETIRSE

Cada sociedad que ha olvidado cuidar a sus niños ha terminado enfrentando sus propias ruinas.
Los campos de guerra, los orfanatos de dictaduras, los niños robados del franquismo, los pequeños invisibles en nuestras calles: todos ellos nos recuerdan lo mismo.

El peligro no es que un adulto se declare “niño herido” en sus redes sociales.
El verdadero peligro es que ese discurso oculte a los niños de carne y hueso, los que están creciendo ahora, con necesidades reales.

Los hijos pequeños, entre los cinco y siete años, no necesitan un adulto que se proclame víctima de su propia niñez, sino alguien que les dé la fuerza necesaria para crecer en libertad y confianza. De lo contrario, la historia de abuso y abandono se repite en su propio linaje.

LA MÁSCARA Y LA RESPONSABILIDAD

Hay algo éticamente inaceptable en hablar del “niño interior herido” mientras se descuida a los hijos que existen hoy.
Un adulto que se refugia en su infancia perdida pero no ejerce su responsabilidad presente no es vulnerable: es irresponsable.

La verdad es clara: un niño de seis años no necesita un adulto que lo eclipse con su herida inventada, sino un adulto que lo proteja de las heridas verdaderas.

Y esto también se refleja en los gestos cotidianos:
En las fotos que compartimos, debe aparecer toda la familia, todos los hijos, sin borrar ni relegar a nadie.
Porque quitar a un niño de la imagen es disminuirlo dos veces: en la foto y en la vida.

CONCLUYENDO

La infancia no es escenario para el ego adulto ni excusa para proyectar fragilidades.
La infancia es verdad pura, y esa verdad nos juzga.

Lo han dicho los cuentos, la historia y el arte: los niños son el espejo de una sociedad.
Si aparecen completos, cuidados y visibles, hay esperanza.
Si los escondemos o los usamos como discurso, nos condenamos a repetir la injusticia.

La verdadera fortaleza de un adulto no está en posar como indefenso, sino en ofrecer refugio a quien sí lo es.
Y la verdad más luminosa que podemos abrazar es esta: los niños no deben cargar con heridas que no les pertenecen; su derecho es crecer en amor, no en máscaras.

“La verdadera fortaleza no está en posar como indefensos,
sino en cuidar a los indefensos de verdad.”

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