HOMILÍA DE MONS. PEDRO VÁZQUEZ VILLALOBOS,
ARZOBISPO DE ANTEQUERA OAXACA
XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
3 DE AGOSTO DEL 2025


Démosle gracias a Dios, porque estamos aquí, en esta Iglesia Catedral, Santuario de Gracia, en este Jubileo Ordinario Peregrinos de Esperanza. Todos nosotros tenemos la esperanza de llegar al cielo, porque esa es nuestra meta final, llegar al cielo, que el Señor nos reciba y recompense, no porque lo merezcamos, sino por la bondad, por el amor que Él nos tiene, nos reciba en el cielo, después de haber hecho las cosas que le agraden a Él.
Hoy, el Señor, creo que nos insiste de una y otra forma, que no dejemos de mirar el cielo, porque aquí vamos de paso, sólo estamos un instante, porque llegaremos a la eternidad. Aquí, la vida es temporal y nosotros la medimos por años, así la medimos, por años.
Nos preguntan ¿cuántos años tienes? Y lo decimos, estos son los años que tengo de vida y, cada día que pasa, tenemos que decir también y pensar, son menos los días o los años que me faltan para encontrarme cara a cara con Dios, dejar este mundo e iniciar mi vida eterna. Conforme vamos aumentando en años, vamos disminuyendo lo que nos falta de vida, así es esto, entre más años tengamos, más poquitos años, si es que vivimos años, más poquitos años nos faltan, estamos más cerquita del encuentro con Dios, por tanto, por tanto, vamos trabajando para que seamos cada día mejores, mejores, para que el encuentro con Dios sea agradable, sea gratificante, para que Dios nos pueda decir: “ven, bendito de Mi Padre”, que no nos vaya a decir: “id, maldito, al fuego eterno”. No, eso no, “ven, bendito de Mi Padre”.
No vivamos ambicionando. Nos acaba de decir Dios que no aumentamos los años aumentando los bienes. La vida no se compra, la vida es un regalo divino, un regalo divino. Vamos cuidando el regalo divino, vamos cuidándolo y cuidémoslo bien y no pasemos la vida ambicionando, tener más, más y más, porque nos vamos a olvidar de Dios.
Por ahí la Palabra de Dios dice, sólo dame lo necesario para vivir, esa es la oración que nosotros debemos hacer a Nuestro Padre Dios, sólo dame lo necesario para vivir, porque si no tengo lo necesario para vivir, voy a robar y robar te ofende, y robar te ofende, pero si tengo en abundancia, corro el peligro de olvidarme de Ti. Entonces, ni quiero robar ni quiero olvidarme de Ti, por eso, sólo dame lo necesario para vivir, lo que yo necesite para vivir.
Pero, a veces, no tenemos llenadera, como dicen, no tenemos llenadera y, es que, este corazón se va apegando a las cosas, se va apegando a las cosas. No, eso no debe de pasar, porque Dios nos dice que no debemos de estar apegados a las cosas, no nos vamos a llevar nada, nada, lo que es nada.
Que tu corazón no esté apegado a las cosas, que tu corazón esté apegado a Dios, el dueño del mundo, el que nos da todo, pero no pasemos ambicionando, codiciando, porque entonces nos vamos a olvidar de Dios y nos vamos a olvidar de toda persona y no nos va a importar cómo nos hacemos de bienes y nos acaba de decir Dios que no nos quiera a nosotros que seamos insensatos, así le dijo a aquel hombre de la parábola, que se decía: ya tengo abundancia de bienes, come, bebe y esto y aquello y disfruta, y el Señor le dice: “insensato, esta misma noche vas a morir, para qué son todos tus bienes”… ¿dónde está su corazón? Preguntémonos, ¿dónde está nuestro corazón? ¿está apegado a las cosas? ¿está apegado a las personas? ¿Queremos ser dominadores de las personas? ¿queremos que las personas piensen como nosotros, sean como nosotros, actúen como nosotros, se muevan como nosotros?
Cada uno es totalmente distinto, totalmente distinto y no queramos que el otro piense como yo. Amémosle así, como él es, respetémoslo, valorémoslo, así como es. Vamos estando contentos con lo que Dios nos va dando, pero no nos esclavicemos, no nos esclavicemos.
Dios nos ha hecho libres y no debes de ser tú esclavo de las cosas, no debes ser tampoco esclavo de los demás, tienes que ser un servidor libre, libre, sirve a los demás con toda libertad. Tenemos que disfrutar de la vida. Quiere Dios que nosotros seamos felices y muy felices. Lo que nos hace felices es el amor, el amor a Dios y el amor a las personas, pero a veces nos olvidamos del amor a Dios y del amor a las personas y nos ponemos a amar las cosas, las cosas.
A las personas les podemos decir y hacer tantas y tantas cosas que a veces hieren, pero hay de aquel que toque mis cosas, porque mis cosas son intocables, intocables, hasta en nuestra misma casa, en nuestra misma casa, a veces hay gritos, hay reclamos, porque tocaste mis cosas, el hermano le grita a su hermano “¿por qué agarraste lo que es mío? ¿por qué tocaste eso?”. Las hermanitas, cuando hay hermanitas en casa, ¿por qué agarraste mis pinturas, por qué? Son mías, sólo mías, no son tuyas. Peleando las cosas, enemistarnos por las cosas, dejarnos de hablar en la misma familia como hermanos por una insignificancia de un lápiz labial, dejarnos de hablar meses y meses, porque agarraste mi lápiz labial, que tanto quería… “¿y qué era intocable?… porque me lo regaló mi novio” ¡Qué exagerados, qué exagerados!
Y hay otras cosas más delicadas, más delicadas.
Hoy, el Señor nos invita a cambiar, nos invita a pensar diferente, a no perder de vista que nuestra meta final es el cielo y hay que ganarnos el cielo y que las cosas sean el medio para llegar al cielo, que ninguna de las cosas nos estorbe para ganarnos el cielo. El carrito no te debe de estorbar para ganarte el cielo, la casita no te debe de estorbar para ganarte el cielo, lo que ganas en tu trabajo no te debe de poner en peligro que te ganes el cielo. Toda esa bendición divina manifestada en todos esos recursos que Dios te ha dado y que te sigue dando en tu empresa, en tu negocio, en tu comercio, no te debe llevar a perder el cielo. Síguete ganando el cielo, ¿tienes trabajadores? Págales lo justo, lo justo, no los explotes, no te digas a ti mismo y le digas a él: “necesitas el trabajo, yo sólo te pago esto y tú lo necesitas, tú sabrás” y hay un pago injusto, te estás enriqueciendo por el trabajo de la gente que has contratado, qué ingrato eres, te podrías ganar el cielo compartiendo el recurso que Dios te va dando en tu negocio, compartiéndolo con ellos te podrías ganar el cielo, pero tu ambición no te permite ver la necesidad del otro y le pagas una miseria, una miseria. Qué triste, qué triste. El corazón se va endureciendo conforme nosotros endiosamos las cosas, le damos poder a las cosas y perdemos lo que realmente es, para qué son las cosas, para ganarte el cielo.
Dice Nuestro Señor: con el dinero tan lleno de injusticias, gánate el cielo, porque te vas a ganar amigos que te reciban allá, en el cielo.
No permitamos que aquí, en este corazón nuestro, se vuelva egoísta, sólo piense en él, no tengamos mirada para los demás.
A veces, podemos ayudar y no ayudamos, a veces podemos compartir y no compartimos, estamos llenos de zapatos allá en casa y vemos gente descalza y no compartimos porque son los zapatos que tanto quiero, que tanto amo. Y no se diga el vestidito, las guayaberitas, no nos desprendemos, no nos desprendemos de nada, de nada y ahí están, muy acomodaditos los vestiditos, tapizado de vestidos, de pantalones, de guayaberas, de zapatos, de esto, de aquello y conocemos gente necesitada que diario le vemos un vestidito una semana, a la siguiente semana otro vestidito y, a la tercera semana, el vestidito que tenía en la primera, se lo volvemos a ver, sólo tiene dos vestiditos y se los estamos viendo, sólo tiene dos camisitas y se las estamos viendo y, nosotros, aquí y allá, tapizados de todo. Qué triste. ¿No le bajamos ahí para que ella tenga un vestidito más y sea para la tercera semana, para la cuarta semana, para el mes completito tenga un cambiecito cada semana, cada semana?
Los papás que tienen niños pequeñitos y ahí van dejando la ropita, qué esperanzas que la quieran compartir con otra familia que está por ahí, que tiene niños pequeñitos y que le queda muy bien ese pantaloncito y no se lo damos y no porque nosotros estemos con la esperanza de tener otro niñito, no, ya no queremos otro niñito, pero no queremos regalar los pantaloncitos, porque decimos: ay, este me va a recordar cuando mi niño era pequeñito…”. Dios mío, seguirás pensando en tu pequeñito cuando era pequeñito y ahora lo ves enorme, enorme, pero ya no tengas ahí los pantaloncitos del pequeñito, mira, ahí enfrente hay niñitos, llévaselos a ellos, ¿por qué no se los llevas, por qué?
Hay mucho egoísmo, mucha ambición, mucho amor a las cosas, se le va a ver bien el pantaloncito al niñito, se le va a ver bien, y vieras qué contento se va a poner, como si hubiera sido nuevo y lo va a presumir, lo va a presumir. ¿No valdrá la pena alegrar el corazón de un niño compartiendo la ropita que tú tienes ahí guardadita? ¿no valdrá la pena mirar los ojos alegres de un niño porque trae un pantalón que nunca se había puesto?
Que Dios toque nuestro corazón, que Dios nos hable.
Ayer, los que vivimos aquí en esta ciudad, por ahí como cuando casi empezábamos esta misma, hace 24 horas, tuvimos la experiencia de sentir un temblorcito, un temblorcito, ¿qué estaba haciendo usted? Tal vez estaba sentado, estaba trabajando. Yo estaba ungiendo, poniendo Santo Crisma en la frente a unos niñitos, jovencitos que se estaban confirmando, les estaba poniendo Santo Crisma y se nos movió la tierra y nos cimbró y nos asustó y algunos lloraron. Unos niñitos lloraban, unas niñitas lloraban, unos niñitos se abrazaban a su padrino, a su madrina, tenían miedo. Esa experiencia la vivimos ayer, la vivimos ayer y, ante eso, tenemos que decir, nada somos, nada somos, nada, nada.
Esos brinquitos que dio la tierra nos pusieron a temblar a todos nosotros. Los temblorcitos de la tierra nos hicieron temblar un buen rato, un buen rato y todavía tenemos el recuerdo cómo se movió y el ruido que hizo todavía lo tenemos aquí y ya no queremos oír ese ruido, porque es un ruido que no nos agrada, no, no agrada.
Somos de Dios y vamos a Dios, pues hay que hacer lo que nos lleva a Dios.
Feliz domingo, feliz inicio del mes de agosto. Aquí, en esta Iglesia Catedral vamos a vivir fiesta, ya no va a ser guelaguetza, no, vamos a vivir fiesta de la Asunción de María a los cielos, el día 15 de este mes, dentro de 12 días estaremos de fiesta en honor a Nuestra Madre. Que Ella nos siga acompañando y que, desde el cielo, nos bendiga como Madre y nos alcance las gracias que necesitamos como sus hijos, para seguir siendo grandes discípulos de Nuestro Señor.
Que así sea.