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Edgar Saavedra

Sin pretender ser del todo academistas la respuesta a esta pregunta merece cierta objetividad. Si nos ajustamos a las condiciones actuales se responde considerando los escenarios geopolíticos del mundo en este momento (casi una tercera guerra mundial en toda forma). Es decir, el arte va agarrado de la mano de la decadencia del fin del mundo.

Para disponer de un hilo argumental —quizás miremos otros en el camino— planteemos si es lo mismo el «talento artístico» que la «habilidad artística». Por supuesto, no entraré en definiciones simplistas ni categóricas. Tamayo, Van Gogh, Toledo, Carrington o Rothko, diferentes orígenes, épocas y geografías, hombres y mujeres de las que no hay duda que ofrecieron el mejor talento artístico posible más allá de su propia zona de confort. Fueron artistas totales. Pintaron, buscaron, investigaron, rompieron, propusieron, fueron alquimistas genuinos y algunos, incluso, protagonistas sociales para bien.

Ahora, si hoy mismo decidiéramos hacer un recorrido a las galerías (local en mi caso), ¿qué virtud o capacidad sobresaliente encontraríamos, sin pensar solo en la plusvalía por la plusvalía, ese caramelo envenenado? Puedo decir con toda convicción que el panorama es poco alentador, y aunque aquí lo escribo, nadie con dos dedos de frente inquisitiva se atrevería a pensar en un Zarate, Leyva, Villalobos, Olguín o un Aceves Humana, por citar un puñito (¡ahora imagínense un Rolando Rojas, Andriacci o Amador Montes, por Dios!).

Me da la impresión, por ejemplo, que en el caso de Olguín siempre está “experimentando” con la misma iconografía, que de tan enigmática a volcado en lo aburrido, casi en lo descerebrado (argot artístico) pero recorriendo un largo camino. ¿Villalobos? Buena habilidad artística, y sanseacabó. ¿Zárate? Nunca me atrevería a adquirir una pieza sobrevalorada de un pintor con luces de lupanar. ¿El autor del tristemente célebre “monumento al zancudo”? No me gustan los personajes ni su obra que tienen perfil sociópata (“enfermedad de la salud mental en la cual una persona no demuestra discernimiento entre el bien o el mal e ignora los derechos y sentimientos de los demás”, definición según MAYO CLINIC). ¿Leyva? He visto mejores cuadros decorativos en Coppel. La mayoría de ellos han llegado a su Principio de Peter (“todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”) y se han quedado ahí, eso sí, con una personalidad de espíritu maltrecho algunos.

Esta pizca de universo estadístico que he escogido —arbitrario a todas luces— bien puede ser un esquema de ejercicio crítico en cualquier ciudad del mundo, porque, a decir verdad, en cualquier lugar se cuecen habas. La mediocridad, la arrogancia como la virtud y el talento no tienen marca registrada. Albert Einstein decía: «Dos cosas son infinitas, la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo». ¡Y cuántas maneras hay de medir y manifestar la primera! Entonces, si entro a las galerías en mi recorrido virtual e hipotético como cualquier hijo de vecino… de seguro no entro, valga el retruécano. Si entro por curiosidad de turista gatuno, quizás una gota de baba resbale por mi boca. Ok, si me gusta el arte, tengo poder adquisitivo, soy snob, estoy en Oaxaca, alienado por los estereotipos sobre el arte que se inhalan aquí, miro los precios y en un extraño arrobamiento adquiero una pieza, digamos de Manuel de Cisneros, quizás haya hecho una buena adquisición, más aún si tiendo a la sado-depresión.

En este punto el tema ya se ha degenerado, sí, justamente como esa cualidad sobresaliente que distingue al mundo hoy. En este precipicio sin fin (aunque lo habrá) el arte no va contra corriente, ni salva a nadie, ni el mismo sabe que existe, ni le importa al 99.9% de la población mundial que lucha por tener sobre la mesa no un pedazo de tela subjetiva para comer, sino comida de verdad, la que llena el estómago no el espíritu. Y, sin embargo, tendré que aceptar por ahora, con humildad, las palabras de Karl Ruhrberg en una edición de TASCHEN sobre el arte «Mientras los jóvenes artistas sigan siendo conscientes del hecho de que una de las funciones del arte es generar conocimiento y comprensión, como afirmó Friedrich von Schiller y demostró Joseph Beuys, no habrá ninguna razón para el escepticismo o el pesimismo sobre el futuro del arte, a pesar de que los profetas de la perdición afirmen lo contrario»

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