Edgar SAAVEDRA*

ATZOMPA,OAX.-Rufino Tamayo pretendió –y logró– que la pintura mexicana contemporánea alcanzara su justa y necesaria dimensión universal. Él mismo colocó la piedra de ángulo en la construcción de aquella trascendental empresa. No lo hizo en solitario. Fulgencio Lazo pertenece a esa generación de artistas oaxaqueños que le sucedió al pintor zapoteco y que en algún lugar del mundo quemó las naves para reivindicar su cultura e interpretarla mediante los instrumentos del encanto: la pintura y sus aristas. Alejado de la evocación convencional o meramente autóctona de sus raíces, Lazo ha logrado un discurso pictórico de amplitud estética y polifacética cuya fuerza es más que suficiente para reivindicar su identidad como un hijo de la tierra que por bendición le tocó nacer en la Sierra Norte de Oaxaca y por misión llevar su cosmovisión a otras geografías.

Parte de la genealogía de Fulgencio Lazo procede de un lugar llamado Yalalag, palabra zapoteca que en su significado etimológico, por decirlo así, lleva marcado el destino del autor: “cerro que se desparrama”. Ese desparramamiento simbólico es, sin embargo, parte tangible de un fenómeno migratorio entre dos países que al estudiarlo permite entender –hablando del complejo sentido de pertenencia– los encuentros y desencuentros de las generaciones que han nacido y vivido bajo estas circunstancias.

La pintura ha sido siempre la nave de los argonautas que mejor trasporta el arte, el folclore, la historia o por lo menos lo hace con mayor nobleza porque utiliza cualidades de la naturaleza humana: virtud, condescendencia, genialidad, empatía. En este contexto, el artista oficia como un hacedor de brújulas y cartografías que conservan el rumbo, la ubicación de los rasgos más recónditos de la identidad comunitaria. Ahora entendemos por qué en Fulgencio Lazo el color es algarabía constante, que fulgura como un chisporroteo para ensalzar la cuna primigenia. Sus cuadros proponen la vida en su versión de trashumante y trascendencia/permanencia de valores ancestrales. De ahí los títulos de la obra. De ahí la circulación atmosférica de personajes, figuras, líneas, grafías, objetos lúdicos como papalotes, rehiletes, máscaras, piñatas o barcos en alegre travesía por los mares imaginarios y referenciales en la hoja de ruta de un pintor que ha propuesto el arte para atizar la memoria.

Por lo tanto, el arte aquí también es puente, resguardo, propósito y esencia. En esta exposición cada lienzo es diálogo, golpe de efecto, lenguaje que intenta preservar códigos y características íntimas para que los rostros de una cultura nunca se borren ni se pierdan sus hábitos vernáculos, aunque sabemos que sobre la marcha del tiempo se enriquecerán de un lógico sincretismo. Los trazos y símbolos múltiples en la obra plástica de Lazo, dispuestos en la sala de ArtXchange Gallery en Seattle, USA, son la crónica de un hombre que entiende la necesidad de la técnica y el buen manejo de contenidos para lograr cometidos que conllevan la seria responsabilidad de representar una hermandad.

Qué gentil Fulgencio Lazo por ofrecernos una pintura condescendiente, asimilable en todos sus sentidos y significados, que sabe escudriñar, bien articulada en su matriz de ideas, visualmente generosa.

*Periodista cultural. edgarsaavedra@outlook.com

 

 

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