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Armando EBOLI*

PUEBLA, PUE.- El huracán Otis ha sido una de las mayores crisis de este gobierno en términos de comunicación. El desastre natural mostró un Estado rebasado, pero todos coinciden que lo atípico del fenómeno dejaba poco por hacer. El ejército tiene protocolos de acción muy establecidos que no cambian, independientemente de quién gobierne, aunque es posible que su capacidad de acción pudo verse reducida al tener recursos ocupados en la construcción de aeropuertos, trenes, detención de migrantes y con parte de su personal reubicado a la Guardia Nacional (GN).

Desaparecer el fideicomiso del Fondo Nacional de Desastres Naturales (FONDEN) fue claramente un error, no porque esos recursos hubieran sido suficientes para reconstruir Acapulco, probablemente hubieran tardado en llegar y hubiera solucionado poco, pero es un bálsamo psicológico, es tranquilizante saber que hay dinero reservado para ti después de una tragedia y que tarde o temprano va a llegar. Al desaparecer el FONDEN, la responsabilidad directa de bajar esos recursos pasa a la burocracia, a la tesorería y, por tanto, al presidente; cada día que los recursos no llegan, que las casas no se reconstruyen, la responsabilidad política del presidente aumenta.

Otis pasó tan rápido que el Poder Ejecutivo tuvo poco tiempo para advertir el hecho, hubo incredulidad y indolencia en las líneas de comunicación, entre quienes prevén el desastre (Centro Nacional de Prevención de Desastres) y quienes toman las decisiones. El ejemplo más claro fue la Convención Internacional Minera, con presencia de funcionarios de todos los niveles, que intentó realizarse como si nada y aún así fue tan rápido que poco habría cambiado si hubieran advertido unas horas antes sobre la magnitud del huracán.

Con el ejército ya poniendo manos a la obra, la incredulidad y pasmo del gobierno continuó al día siguiente: veintisiete muertos (que siguieron aumentado después de esa mañanera) sonaban a poco frente a los muertos por la inseguridad o la pandemia. Con esa indolencia e insensibilidad típica de los hombres de Estado que nadan en números macros, el presidente se atrevió a decir: “No nos fue tan mal”.

El Huracán Otis fue tan rápido que en un día vimos toda la estrategia de comunicación gubernamental en evidencia: primero, al negar rotundamente el hecho, luego aceptándolo, pero minimizándolo, después atacando a la prensa por seguir reportando el hecho (se gastó gran parte de su mensaje a Acapulco atacando a León Krauze por reportar desde la zona de desastre) y finalmente, culpando a las fuerzas conservadoras y neoliberales por usar la tragedia para atacar su gobierno. La tragedia fue tan grande que la vieja confiable no funcionó y el presidente se vio obligado a suavizar el discurso y llamar a la unidad al día siguiente.

Muchos titubeos del gobierno se pueden disculpar, por ser la primera vez que un fenómeno natural con estas características sucede en el país, por lo mismo, el huracán Otis, como lo fue el temblor del 85, marcará un antes y un después. La temporada de huracanes sucede todos los años y Otis fue el primero de muchos que vendrán con esas carácteristicas; habrá muchas oportunidades para saber si el Estado mexicano aprendió la lección.

 

*Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) y pasante de la maestría de Periodismo Político por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Interesado en relacionar arte con política. De gustos altermundistas pero acostumbrado a vivir en un mundo neoliberal. exxebo@hotmail.com

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