Felicidad: ¿objetivo del Estado?
Cipriano Miraflores
Es habitual escuchar de los gobernantes que actúan por la felicidad, el bienestar o por el bien común del pueblo. Es tan normal escucharlo que no nos hemos percatado que tales conceptos son el umbral para la existencia de gobiernos que se separan de los verdaderos intereses de las poblaciones o al menos de los ciudadanos.
Por la felicidad, bienestar y bien común de un pueblo, de una clase o de una nación se han realizado los mayores crímenes humanos, que deben darnos vergüenza y que cada vez que escuchemos esto, debemos asumir una actitud de preocupación.
El problema consiste que tales valores políticos y sociales no los definen los ciudadanos de un pueblo, sino el grupo, el partido o la persona gobernante. Tal como lo pensara el filósofo alemán Kant (1724-1804), “nadie me puede obligar a ser feliz a su modo (tal como él se imagina el bienestar de otros hombres), sino que es lícito a cada uno buscar su felicidad por el camino que mejor le parezca, siempre y cuando no perjudique la libertad de los demás para pretender un fin semejante” (Cortina, Adela: 1997, 34).
No se vale entonces, que los gobernantes nos impongan su concepto de felicidad, de bienestar o de bien común, estos valores deben de surgir mediante la deliberación, del debate entre los ciudadanos de una comunidad, de una región, de un Estado de la Federación y de un debate nacional.
La labor de los partidos políticos deberá ser convencer a los ciudadanos que alguno de ellos tiene la mejor formulación de felicidad, de bienestar y de bien común para la sociedad. Serán los ciudadanos, quienes en uso de su razón, decidirán lo pertinente. Los ciudadanos deben gozar de la libertad para no someterse a las imposiciones de los poderosos y solo obedecer a las leyes que de alguna manera gozan del consentimiento del ciudadano.
Entonces, la imposición de una idea de democracia y de su operación en que el ciudadano no ha participado es, en resumidas cuentas, un despotismo, un valor impuesto y externo al ciudadano. En las realidades actuales se manifiesta una separación evidente entre los gobiernos, las sociedades y las comunidades. Esto de ninguna manera se les puede denominar como gobiernos democráticos, no basta que hayan sido votados en las urnas.
Debemos de ser enfáticos, la democracia es un bien común que nos hemos dado la sociedad en los últimos tiempos de nuestra historia. Si entendemos por bien común aquello que beneficia a la totalidad de los ciudadanos de un Estado, por tanto, no es solo para beneficio de una parte de la sociedad, en la democracia entramos todos en igualdad de circunstancias.
En este sentido, la democracia es un problema de técnica de inclusión, de integración, de distribución de quehaceres, de rentas y de respeto a los valores específicos de felicidad de cada quien.
Cuando la democracia se entrega como valor fundamental a una ideología o doctrina política es el inicio de su tergiversación y de uso para los fines de un grupo o de una clase, cuando se entiende como el logro del bienestar, salud, felicidad y prosperidad de una nación, la tenencia de la buena salud mental de las personas, el sentimiento de sentirse altamente satisfecho con la vida, o simplemente la capacidad de sentirse bien, salta a la vista que son valores relativos, muy relativos, pues cada quien puede cargar con su costal de sentirse bien.
De hecho, el fin del Estado no es alcanzar la felicidad de los ciudadanos de una República, sino crear un marco de organización política, social, económica, jurídica y administrativa, que garantice la libertad ciudadana y de las personas, que garantice que cada uno persiga y logre sus propios fines en un contexto de diversidad de culturas. Además, cuando a la democracia se le asignan valores políticos o de las ideologías, como democracia popular, liberal, socialista, o democracia asignada a un lugar, como democracia mexicana, por ejemplo, las cosas se complican.
Hagamos el esfuerzo de simplificarla de la mejor manera y digamos que democracia es aquél régimen político que embona perfectamente la asociación política de los ciudadanos, de la población, dentro de un territorio determinado, con su naturaleza, diversidad, historicidad, materialidad, espiritualidad, costumbres, saberes y aspiraciones. Entonces, la democracia será el gobierno consentido por el pueblo o el gobierno que el pueblo quiere.
Esta idea le funcionó a Licurgo (siglo VII A.C.) en Esparta que le dio a este régimen seiscientos años de estabilidad, que le dio nivel operacional a los Estados modernos mediante el pensamiento de Bodino (1724-1804) y que le permitió a México tener ruta en el siglo XIX, a partir de las ideas de Mora (1794-1850). La democracia debe reflejar en lo político, la diversidad de la sociedad o no será democracia.