Exigencias
Una exigencia desmedida es más el afán de hallar la perfección en cualquier aspecto de la vida. Entonces una actitud que podría ser sana y hasta virtuosa pasa a constituirse en patológica, conduciendo a la angustia, agotamiento físico y mental, y hasta a un fuerte cuadro de estrés. Fuente: UNITEC
HISTORIAL
Cuando estudié la primaria, mientras esperaba que tocaran la campana para entrar a la escuela pensaba: “Debo llegar a tiempo”, “debo llegar puntual”. Y en cuanto la escuchaba, corría y corría para ser el primero.
En mi trabajo de mozo, en cada mandado que me ordenaba mi patrón realizar, iba y regresaba corriendo; y el esfuerzo físico y mental me ocasionaba mucho cansancio. Quería puntualidad y perfección, y cuando fallaba o me atrasaba por unos minutos, me enojaba demasiado.
Crecí y al casarme, le exigí perfección a mi esposa en todo: planchado, lavado, exquisitos guisados, y cuando no los hacía a mi gusto comenzaba a gritarle, la insultaba o dejaba la comida; al momento me enojaba muchísimo, pero después me sentía culpable y me disculpaba.
Comencé a trabajar en la función pública, pero al no saber nada, todo el día pensaba: “Cómo debo hacer el trabajo?, ¿a quién le pido ayuda?; y en la noche, el insomnio no me dejaba ni un momento debido al miedo a equivocarme o a fallar: sentía preocupación todo el tiempo. Y efectivamente, al principio mi trabajo estaba mal, mis superiores me lo regresaban y nuevamente debía empezar. La preocupación llegaba al grado de generarme dolores de cabeza, falta de apetito, no tenía tolerancia conmigo mismo, tampoco con mis hijos ni con mi esposa. La amargura creció dentro de mí y comencé a contagiarla a mi alrededor. Empecé a adquirir experiencia, pero en lugar de sentir calma mis exigencias empeoraron, constantemente tenía el pensamiento de ser el mejor, siempre ser el mejor.
Cuando llegué al Movimiento Buena Voluntad 24 Horas de Neuróticos Anónimos, mi sufrimiento del perfeccionismo empezó a bajar poco a poco; entendí que el tener tolerancia y paciencia al momento de realizar mi trabajo era lo más importante, sobre todo el poder disfrutar de lo que hacía. Mi trabajo y la estancia con mi familia comenzaron a ser placenteras. El insomnio se fue y, poco a poco, comencé a vivir.
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