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Edgar SAAVEDRA*

Carlos Fuentes ha surcado que no quepa duda por diferentes mares pictóricos, lo que equivale a decir que sus pinturas son resultado de diferentes estados de ánimo, de procesos intelectuales, de posibilidades pragmáticas y azares del oficio. En este mar neurótico que es el arte ha preferido exiliarse por temporadas en la isla de la abstracción, quizás lo más parecido a la negación somática de la figura. Desde luego, su pintura es un prisma variable donde tiene lugar la sutileza de las formas sobre el color fluctuante denotado en sus ejercicios plásticos. Encara los linderos de la libertad, o dicho en criollo, pinta sin llevar como una manda (que requiere, según, un cumplimiento perentorio y exacto) los grilletes del mercado. Bien que así sea.

Decía un prisma variable que es evidente en esta exposición, resultado, creo suponer, de ese correr creativo por la vía intravenosa e hipersensible del corazón. ¿Y qué es el corazón? En sentido figurado es “la parte central en general, el interior, y, por lo tanto, el hombre (y mujer) interior tal como se manifiesta en sus diferentes actividades, en sus deseos, afectos, emociones, pasiones, propósitos, sus pensamientos, percepciones, imaginaciones, su sabiduría, conocimiento, habilidad, sus creencias y sus razonamientos, su memoria y su conciencia”. Nada menos. ¿De dónde viene la inspiración y la maestría? ¿Por qué pintamos? La respuesta es amplia en la exégesis anterior. Botón de muestra son los resultados se recorren a lo largo y ancho de las salas de Dimitrova Gallery de estas epifanías seculares. (Epifanía: “Manifestación, aparición o revelación” RAE). Secular. Por discernir nadie se ha muerto.

El carácter poético es lo más entrañable de esta exposición. La iconografía no necesariamente establece el hilo argumental. Cada cuadro se parece al de lado, pero no hay vínculo con exactitud que se perciba a la vista, por lo que se genera más subjetividad que canon. Sin embargo, es el lado suave de la inspiración, una que evita sin dudarlo aquella nitroglicerina del diablo que propondría reventar los escenarios. Esta serie o es rutina o es introspección. Ninguna cosa es sencilla como parece. Un piloto con 200 mortales en su avión hace un vuelo de rutina a las Bahamas. ¿La confianza ciega está depositada en la rutina de volar o en los antecedentes y experiencia del capitán?

La pintura en su haber no es tan diferente. Creo que Carlos Fuentes lo sabe. Aquí hay más introspección. Digámoslo a la manera del poeta chileno Rosamel del Valle: “Somos lo que pasa y todo tendrá la forma, el color y el calor de lo temporal, más lo que a ello agregue la varilla mágica que ordenamos y que nos ordena.” Ahí está Lucrecio, citado por Rosamel: “Si la impresión de nuestro sentido no es verdadera, la razón tampoco lo es”. Sí, la pintura es compleja cuando es genuina, cuando es pensada, o sea, cuando proviene del corazón figurativo. No importa lo trascendental del actor sino el poder interior del espíritu manifestado con genuinidad. Es el valor agregado de un artista como el que hoy presumimos en nuestro espacio, lugar plural y cuarto de guerra para combatir las letanías en el mercado actual del arte.

Carlos Fuentes nos obsequia un paisaje de aromas diversos sin severidad. Hay que ver, disfrutar, dejarse llevar por los nobles sentidos no como un escapismo en este mundo donde se asesinan palestinos como si fueran judíos en el holocausto nazi, sino como una tregua antes del fin.

  • Periodista cultural.

edgarsaavedra@outlook.com

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