El frente que nunca se desmoviliza, la guerra contra las mujeres
Lizbeth Bravo
En cada nuevo conflicto armado, esa guerra, la no declarada, la sistemática, recrudece con brutalidad. No importa el idioma del conflicto, la ideología, el país: donde hay guerra, hay mujeres violadas, desplazadas, silenciadas.
Los números no mienten, aunque duelen. Según la ONU, más de 600 millones de mujeres y niñas vivían en 2023 a menos de 50 kilómetros de un frente de combate, lo que significa que millones de ellas no solo se enfrentan al colapso de sus países, sino al derrumbe íntimo y violento de sus propios cuerpos. En ese mismo año, se registraron al menos 3.600 casos de violencia sexual relacionada con conflictos, el 95 % contra mujeres y niñas. Sabemos que esos son apenas los casos documentados. La mayoría ni siquiera llega a un papel.
Y mientras el mundo sostiene la respiración ante una posible nueva guerra, deberíamos hacernos una pregunta más incómoda que estratégica: ¿cuántas mujeres más van a pagar el precio de conflictos que ni siquiera decidieron?
En Darfur, Sudán, el horror tiene nombres, edades y cifras. Médicos Sin Fronteras atendió a 659 mujeres sobrevivientes de violencia sexual solo entre enero y marzo de este año. Dos de cada tres casos fueron violaciones. En el mismo país, UNICEF documentó más de 200 niños violados, muchos de ellos bebés. Estos datos no son simples “consecuencias colaterales”.
La violencia sexual en guerra ya no es un efecto secundario: es una estrategia militar. Se utiliza para sembrar el terror, disolver familias, erradicar identidades. En la República Democrática del Congo, se registraron más de 113.000 casos de violencia sexual solo en 2023, y ya se duplicaron en 2024. Las mujeres son tratadas como botín, como advertencia, como castigo.
Con la creciente tensión entre potencias nucleares, las posibilidades de un nuevo conflicto de gran escala no son una exageración distópica, sino una probabilidad concreta. Y no hay razón para creer que el patrón cambiará. Hoy mismo, en Gaza, más de 60.000 mujeres embarazadas sobreviven sin acceso adecuado a alimentos, agua o atención médica. Algunas dan a luz en ruinas, sin analgésicos ni seguridad, en lo que la ONU ya describe como una catástrofe humanitaria feminizada.
Pongamos en la mesa que la guerra no es solo entre soldados. La guerra, en pleno siglo XXI, es también contra mujeres. Contra sus cuerpos. Contra sus derechos. Contra su voz. Hoy, las mujeres representan menos del 10 % de las personas sentadas en las mesas de negociación. Porque si bien las mujeres son las más vulnerables en guerra, también son el eje de toda reconstrucción. Son las que entierran, las que curan, las que cuidan, las que siguen. Pero ya es hora de que también sean las que deciden.