Toño SALDAÑA*
BARCELONA, ESP.- Al llegar a Barcelona, necesitaba establecer una red de contactos que me introdujera en el mundo del arte, así que me acerqué a una persona que decía ser el mejor artista de la ciudad –pensé que sería conveniente ser su amigo–, pero enseguida me di cuenta de que lo que él proclamaba era una gran mentira. Cabe mencionar que su “obra” era horrible, carente de técnica o cualquier cosa que le acercara al arte. Lo más sorprendente era que cada vez que alguien le preguntaba a qué se dedicaba, respondía, con seguridad: “Soy artista”. Gracias a esa certeza, conseguía hacer trabajos, la mayoría a sus amistades, y cada vez que mencionaba lo que había hecho, lo acompañaba de una sorprendente grandilocuencia verbal que exaltaba su enorme talento. En una ocasión le propuse darle clase de pintura, creí que así podría mejorar y hacer bien su trabajo, ¡oh, gran error! Ofendido, me respondió: “¡Yo no necesito aprender porque ya sé todo, además las técnicas académicas solo obstaculizan el proceso artístico!”, y no volvió a hablarme.
¿Te ha pasado algo similar? Estoy seguro de que te ha ocurrido alguna vez, conocer a alguien que sabe muy poco de un tema y habla de ello como si fuera un experto, y por su seguridad llega a convencer a los demás. En los trabajos, esto sucede mucho; nunca falta el que se pavonea por todas partes, diciendo a todos cómo es que deberían hacer las cosas. Pero esto no es exclusivo de los lugares de trabajo, es más que sabido que los políticos dicen, con aplomo y seguridad, gran cantidad de tonterías, falacias y mentiras descaradas, sin remordimiento alguno, ganándose así la confianza de la gente, y obviamente, el voto.
Muchas veces esto no es otra cosa que el sesgo cognitivo denominado “Efecto Dunning-Kruger”, en honor a sus descubridores. La historia de este descubrimiento tuvo lugar en 1995, cuando McArtur Wheeler, un ladrón muy poco hábil, decidió bañar su cara con jugo de limón, porque sus amigos le dijeron que con esto se hacía la tinta invisible, por “lógica”, si él se lo ponía en el rostro, nadie lo vería. Por lo tanto, creyéndose invisible, fue hasta un banco para asaltarlo, evidentemente todos lo vieron. Al ser arrestado, él, sorprendido, exclamó: “¡No entiendo cómo han podido verme, si usé el jugo de limón!”; ese hecho, que podría parecer una broma, llevó a que los psicólogos David Dunning y Justin Kruger investigaran el motivo por el cual las personas con pocas habilidades tienen más confianza en sí mismos que las que saben más.
Los resultados del estudio mostraron que las personas con menos habilidades no podían verse a sí mismas como incompetentes, ya que la objetividad sobre la autoevaluación que todos hacemos, este tipo de personas, no la tienen, por lo que la falta de competencia no resulta ser visible para ellas. De esta manera, surge el término “Efecto Dunning-Kruger”, un fenómeno psicológico que se refiere a cómo algunas personas sobreestiman sus habilidades y poco conocimiento, lo que genera una interpretación errónea de la realidad, es decir, que se creen los muy muy.
Cuando alguien comienza a aprender algo nuevo, a menudo tiene mucha confianza, porque sabe tan poco del tema que resulta emocionante. Lo poco aprendido produce la sensación de que se sabe mucho, lo cual aumenta la confianza; aquellos que abandonan el aprendizaje en esta etapa mantienen una alta confianza, con una falsa sensación de dominio y con un nivel muy bajo de conocimiento. Sin embargo, quienes deciden seguir el aprendizaje descubren que las cosas no son tan fáciles como pensaban al principio; hay mucho camino por recorrer y personas que saben más, lo cual genera frustración, porque mientras más aumentan los conocimientos, se hace más evidente lo que se ignora y por ende menor es la confianza. Muchos se detienen en esa etapa y abandonan porque suponen que no han aprendido nada; pero los que siguen adelante, conforme van comprobando que son mejores gracias a la adquisición de nuevos conocimientos, recuperan la confianza.
La gente suele confiar más en las personas que tienen seguridad y hablan con certeza que en aquellas que saben más y por cautela, expresan sus ideas con cuidado y reservas. En los debates políticos, podrás ver que no gana el que sabe sino el tonto, porque es este el que no teme expresar sus ideas en voz alta, se aferra a ellas y defiende su postura a capa y espada. En cambio, el experto, al saber que los temas son más complejos, intenta hacer que se entienda que no es tan “fácil”, por lo que genera desconfianza. Finalmente, el tonto obtiene la victoria, pues como te dije, la gente confía en quien demuestra certeza y no en el que domina un asunto.
El efecto Dunning-Kruger tiene dos vertientes. La más habitual es cuando una persona cree saber más de lo que conoce y mantiene una confianza excesiva en sí mismo. La otra perspectiva implica lo contrario, es decir, las personas que realmente saben sobre algo, pero se subestiman, como les pasa a muchos, con el famoso síndrome del impostor.
El efecto Dunning-Kruger asegura que:
- Algunas personas con menos capacidades se consideran más hábiles y no son capaces de reconocer las capacidades que sí tienen otras.
- Algunas personas menos hábiles e incompetentes no son capaces de identificar su escaso conocimiento en determinadas áreas.
- Si la persona, incompetente y menos hábil, adquiriese más conocimientos y desarrollara sus habilidades, tendría la capacidad de reconocer su falta de conocimiento y habilidades anteriores.
Un viaje de aprendizaje puede ser agotador; lo que comienza como un camino tranquilo y emocionante, pronto se convierte en una lucha entre la gran cantidad de información y el conocimiento que llega. Te recomiendo que no te rindas, sentirte que no sabes nada es parte del proceso al adquirir una nueva habilidad, así que, si no abandonas, llegará un día en que ganes y la confianza volverá a estar de tu lado.
Recuerda lo que dijo Sócrates:
“Sé que soy inteligente, porque sé que no sé nada”.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960. Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.
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