José Carlos LÓPEZ HERNÁNDEZ
XALAPA, VER.- Comparto con las y los lectores de la Revista mujeres Shaíque la presente columna donde reflexiono -inspirado en Georg Simmel- sobre el dinero como parte de un artefacto que ha dictado la dinámica de la vida a partir de la producción, distribución y consumo de bienes, servicios y experiencias, al grado, de convertirse en un TÓTEM COTIDIANO que genera protección y seguridad.
Sin embargo, considero que dicha protección y seguridad que brinda la posesión de dinero se da en el marco de operaciones matemáticas que producen atmósferas de cálculo y frialdad, que nos invitan a su vez, a ser partícipes del reino del consumismo de mercancías que irradian felicidades efímeras, pero también, tristezas perpetuas.
En ese sentido, entenderemos porque, en un mundo cada vez más frívolo, el dinero se filtra de nuestras manos rápidamente, ya que una de sus funciones sociales es la de acompañar acciones consumistas vinculadas a estados de ansiedad, depresión, ira, impotencia, alegría, emoción, envidia, resentimiento, entre otros.
Es decir, la humanidad ha configurado un conjunto de estructuras con base en el dinero, entrelazadas a su vez, en un modo de producción que hemos reificado a lo largo de la historia: el capitalismo. No obstante, es irónico pensar también que bajo las manos del capitalismo el dinero protagoniza, al mismo tiempo, el papel de veneno y antídoto ante fenómenos como la guerra y la paz; la riqueza y la pobreza; la integración y la exclusión; la igualdad y la desigualdad; la corrupción y la transparencia.
Por lo anterior, asumo que el dinero es una mercancía que ha contribuido a legitimar un concepto de libertad condicional, de tal forma que, actualmente, el tener o no tener dinero nos alienta y desalienta a sentirnos y pensarnos como sujetas y sujetos libres que interactúan en un laberinto clasista, sexista y racista de racionalidad utilitarista denominado capitalismo.