EL ÁRBOL ETERNO : UN SÍMBOLO DE LO INEFABLE
Mariana Navarro
GIADALAJARA, JALISCO.- Quiero mostrarle una de las paradojas más fascinantes de la naturaleza.
El término “dendrítico”, de la palabra griega dendron (árbol), no puede ser más acertado, de lo que compartiré a través de estas líneas .
Hoy quiero divulgarle a usted esos prodigios que a veces nos regala la naturaleza y porqué no decirlo ese ser supremo .
En la imagen que acompaña este texto usted se sorprenderá .
No, la imagen que le muestro no es un montaje o “fake”, aunque resulta tan impresionante que puede parecer irreal.
Lo que ve usted es un fenómeno natural conocido como “dendritas” o patrones de drenaje fluvial, que se forman cuando los ríos o canales se ramifican de manera similar a las venas o ramas de un árbol.
En este caso, la sedimentación y el flujo del agua han creado un patrón visual que se asemeja a un árbol gigante, lo que es completamente posible en la naturaleza.
LAS DENDRITAS FLUVIALES
Este tipo de formación puede encontrarse en deltas de ríos o zonas de humedales, donde las corrientes de agua erosionan y depositan sedimentos de manera ramificada.
A través de los vastos dominios de la naturaleza, la mano invisible del tiempo y el flujo eterno del agua modelan la tierra de formas tan asombrosas que desafían la imaginación humana.
En estas manifestaciones geológicas, se nos revela un fenómeno de sublime belleza: las dendritas fluviales.
Este capricho del paisaje, digno de la más fervorosa poesía romántica, nos invita a contemplar no sólo la grandeza de la creación, sino el misterio de las fuerzas que rigen el mundo.
Lo que a simple vista parece el diseño calculado de un artista humano, es en realidad de orden
divino y producto de procesos tan meticulosos como impredecibles.
EL ORIGEN DE LOS TRAZOS NATURALES
Si se pregunta cómo se forma,n ahora le comento :
Las dendritas fluviales, aquellas figuras arbóreas que adornan el lecho de ríos y llanuras aluviales, son el resultado de la interacción continúa entre la erosión y la sedimentación.
Al igual que el pintor que desliza su pincel sobre el lienzo, el agua, incansable en su labor, traza estos patrones fractales a lo largo del tiempo.
El término “dendrítico”, de la palabra griega dendron (árbol), no puede ser más acertado, pues estas formaciones, con sus innumerables ramificaciones, evocan la imagen de un gigantesco roble o una antiquísima ceiba que despliega sus ramas sobre la tierra.
Bajo la superficie, el agua busca su cauce de menor resistencia, fracturando la piedra y desplazando sedimentos.
Con cada bifurcación, se revela un intrincado sistema de vasos que imitan las redes nerviosas o vasculares de los seres vivos.
La ciencia moderna ha desentrañado parte del misterio de este orden subyacente, entendiendo las leyes de la física que gobiernan el flujo de los líquidos.
Sin embargo, por más que la razón intente explicar su génesis, la contemplación de estos paisajes continúa despertando en el hombre una sensación de asombro primigenio.
LA SIMETRÍA ENTRE LA VIDA Y LA TIERRA
Este prodigio no es un mero accidente estético.
La semejanza entre las dendritas fluviales y los sistemas biológicos sugiere una profunda conexión entre la tierra y los seres que la habitan.
Los ríos y afluentes que componen estas figuras reflejan, de modo inquietante, las arterias que transportan la vida en nuestro propio cuerpo.
De la misma manera que la sangre irriga los órganos, los ríos distribuyen sus aguas, asegurando la fecundidad de los suelos, perpetuando el ciclo incesante de vida y muerte que sostiene los ecosistemas.
En este sentido, el paralelismo entre los patrones naturales y los organismos vivos no es puramente visual.
Ambos obedecen a leyes universales que trascienden la singularidad de sus formas, como si existiera una matemática oculta, un código primordial que dicta el comportamiento tanto de los fluidos en la roca, como de los nutrientes en las venas.
EL TRIUNFO DEL AZAR SOBRE EL DISEÑO
Lo más desconcertante de este fenómeno es que, aunque parecen obedecer a un diseño predeterminado, las dendritas son el resultado del azar.
Como el eco de una voluntad cósmica burlándose del intelecto humano, lo que la vista percibe como intencionalidad es, en realidad, fruto de incontables interacciones caóticas.
Las partículas de sedimento arrastradas por las corrientes fluviales, son depositadas de manera impredecible, y cada ramificación depende de fuerzas tan variables como la velocidad del agua, la composición del terreno y la meteorología.
Este orden dentro del caos, donde lo impredecible da lugar a una belleza estructurada, es una de las paradojas más fascinantes de la naturaleza.
Cada corriente que serpentea a través de la tierra parece querer recordarnos que lo sublime surge, no de la planificación meticulosa, sino del flujo libre de las fuerzas que gobiernan el universo.
EL ÁRBOL ETERNO : UN SÍMBOLO DE LO INEFABLE
Y así, contemplando desde lo alto estos ríos que asemejan un colosal árbol esculpido sobre el lecho de la tierra, uno no puede evitar pensar en la poesía visual que representa la imagen.
Como un emblema de eternidad, el “árbol de la vida” se extiende por valles y llanuras, testigo mudo del paso del tiempo, imperturbable ante el desgaste de los siglos.
CONCLUYENDO
En estos trazos de barro y agua, la naturaleza se convierte en el artista supremo, creando formas tan perfectas que el espíritu humano solo puede responder con asombro reverencial.
Pero hay algo más profundo, más inquietante, en la visión de estas dendritas fluviales: nos recuerdan que, por más que intentemos dominar y comprender el mundo, la verdadera belleza reside en su misterio inabarcable.
Tal vez sea esa la lección última que estos ríos arbóreos nos ofrecen: que la vida, como el agua, fluye sin un destino final conocido, ramificándose en direcciones impensadas, y es en ese fluir impredecible donde reside su verdadera grandeza.
Porque al final, querido lector, el árbol no crece en la tierra; crece en el alma de quien lo contempla.