Jasmina HARTIANA*
Estoy de vuelta para mi reducido número de lectores. Se preguntarán que hice en mi ausencia de escritora. Pues, comprar mi propia casa y construir algo habitable con poco presupuesto. Rebaso los cuarenta años y me avergüenza revelar que hasta ahora me hice de mi propio espacio. No desde el punto material porque sé que en este país y a las nuevas generaciones cada vez les es más difícil hacerse de un patrimonio. Mas bien me refiero al aspecto de conocerme a mi misma. El tener mi propio espacio hasta ahora me puso una verdad de frente. El hecho de que nunca me había pasado por la mente cuanto no lo necesitaba. Porque pase del hogar familiar a casarme y vivir con mi marido. Cuando me divorcié recorrí una serie de domicilios, rentados por supuesto. Desde el típico edifico de departamentos lleno de universitarios que cada ocho o hasta tercer día festejaban hasta el amanecer. Hasta vivir en una zona bastante complicada de la ciudad, con decir que dos veces por semana había detonaciones. Incluso me fui al extranjero a probar suerte, y no puedo quejarme no me fue tan mal. Pero el modo roomie no es lo mío, siempre he preferido mi soledad.
Lo que me apena del asunto es no haberme dado cuenta antes lo mucho que necesitaba mi espacio. Un lugar en silencio donde poder escribir, no tener que estar recogiendo todo el tiempo la basura de los demás. Porque creo que mi segunda vocación en esta vida es pertenecer al cuerpo de limpieza de la ciudad. No soporto ver las botellas de plástico en las calles, me imagino que irán al drenaje, llegarán al rio y finalmente al mar, ahí algún pez o ave quedara atrapadas en ellas, o las confundirán con alimento y se las llevarán a sus crías. Volviendo al tema, estoy aquí sentada en -mi casa- quizás con un montón de deudas, pero mientras la saldo la nombraré mía. No es la casa de mis padres, ni del marido, ni el departamento donde se escucha el orgasmo de la vecina. Es silenciosa, un lugar donde mis gatos salen a andar por los tejados en la noche y en la mañana se detienen a olfatear las plantas. Aquí mis perritos no se pelean con los mototaxis de motores furiosos que cruzan cada cinco minutos.
Saben cursamos el año dos mil veinticuatro y la emancipación de las mujeres sigue con llevando un camino difícil, de lucha constate, a veces incluso contra su propia familia. Cada mujer en el mundo que logra vivir como ella quiere es una guerrera que abre atajos desconocidos para las nuevas generaciones. Estas mujeres de apariencia normal y apacible están aprendiendo a llevar su voz a todas partes, y mantener su propio fuego, ese mismo con el que hace mucho tiempo las quemaron.
*Soy fotográfa y cuentista.
Cuentos: Anabel, Miel con veneno, Imágenes que cuentan, Entretenimiento para Adultos, El Cerrajero, y la Chica del Tutu. jazminahartiana@hotmail.com