Efraín VELASCO
Conocí al maestro Juan Alcázar cuando trabajé en el Museo de los Pintores Oaxaqueños, hace más de quince años. Aunque en un principio mi área era la coordinación educativa, eventualmente me decanté hacia la museografía y terminé coordinando el área de exposiciones por un tiempo. Fue entonces que pude dimensionar tanto la generosidad como la maestría técnica de Alcázar. Aquí dos muestras apenas del gran conocimiento que tenía. Recuerdo una vez que nos llegó al museo una exposición colectiva en el marco de un festival de nombre grandilocuente. Casi cien grabados de distintos autores sin una lista de obra. Es decir, sabíamos qué era lo que veíamos solo por la firma y el título. Nada más, ninguna otra información. Fue inútil comunicarnos con algún comisario y se tenían que hacer las cédulas de identificación en ese momento porque todo era para ayer.
Alcázar se sentó junto a mí y me fue diciendo con qué técnica se habían realizado cada una de las piezas. Éste es punta seca, me decía y me explicaba qué tipo placa se había utilizado y cuántas veces se había impreso para dar los tonos que tenía la imagen, esta litografía, aguatinta, aguatinta al azúcar, la diferencia entre una y otra, éste se grabó en linóleo, cuántas tintas se utilizaron, aquí le falló esto, allí esto otro. Su oficio de grabador tomó la plaza y en poco menos de dos horas identificó todas las piezas y pudimos mandar a imprimir el catálogo sin más demora.
En otra ocasión nos tocó trabajar una magna exposición de Rodolfo Nieto. Organizamos la muestra por afinidades técnicas y temporalidades. Después de varios días de trabajo la museografía estaba hecha. Con un único problema. Un óleo pequeño que no tenía ni fecha ni firma. No se dudaba de la autenticidad, por la hechura, de lo que dudamos era de la colocación. Estábamos frente a una tabla un poco más grande que un plato extendido, cuadrada y pertenecía a ese periodo blanquinegro en el que Nieto estaba furioso. Colgué la obra como –según yo— la composición denotaba haber sido hecha. La presión de la línea de izquierda a derecha, la manera en que se iba llenando el espacio, etcétera. Cuando Alcázar revisó la sala aproveché para mostrarle cómo había resuelto el problema, mostrándole las diferentes cargas de blanco, la composición, la… a ver, me interrumpió, gírala a la derecha y vuelve a explicar todo. Medio confundido y medio enfadado, le hice caso y me di cuenta de que la composición “no se cayó”. No se notaban desproporciones, los ejes de composición seguían intactos. Quedé atónito. No cambiaba gran cosa. Ahora vuélvela a girar, me dijo y sucedió lo mismo. Todo en equilibrio. Alcázar se rio, ésta la hizo en el suelo, no en un caballete.
En ese periodo aprendí mucho, generoso, Alcázar me dejó experimentar el espacio de su museo, además de participar en varias de las carpetas que sus alumnos, colectivos o instituciones le pedían. También fue amigo de mi familia. Hace poco veía un grabado de los varios que me regaló, el de un toro jugando con una mujer en el cielo de un atardecer oaxaqueño. Así me gusta recordarlo.