Compartir

Aida GAXIOLA*

Es increíble cómo el nombre hace que tengas un lugar y un espacio en esta realidad. Cómo los apodos han sido parte de la formación y concepción de la persona. Y cómo al final siempre eres recordado, ubicado y señalado por cómo te dicen y no siempre por cómo es tu nombre de pila.

Entonces, estás de lo más lindo en casa, esperando a la amiga que tiene su beba de 4 años (nota importante), cuando desde tu área más conocida (la cocina), te haces notar llamando a tus 3 vástagos (animales). “GORDO PACHON”, mejor conocido como Pablo; “MINGO”, mejor conocido como el de en medio y “BESTIA DEL MAL”, que es el baby de la casa. Gritas con peculiar distinción, no tuviste que decirlo dos veces y no hubo confusión. Llegaron ipso facto y sorprendida le dices al pequeño -“¿Hijo no has visto los audífonos de Javier?”-, el baby responde -“¿De quién?”-, -“¿Cómo de quién, pues de tu hermano.”-. El chico, como haciendo corto, te ve con extrañeza y reclama -“¡Ay mamá, por favor no le digas así que me desubicas!”-. En eso, decides hablarle a tu chamaquito más grande y dices -“PABLO, ven por favor”-. Tu hijo llega como perrito regañado y dice -“Ahora ¿qué hice?”, me he estado portando bien”-. No entiendes porqué la explicación y respondes -“Solo te llame”-. El susodicho también con reclamo alega -“¡Ay! No me digas así, se siente refeo”-. -“No bueno,  ¿quieren que les diga “BESTIAS”?- . Y todos en coro -“Pues sí, así sabemos que no estás enojada”-. Estabas a punto de la disertación cuando suena el timbre y tu amiga con la nena llegan. Tus hijos, como buenas bestias condicionadas, saludan y le dicen a la pequeñita

-“Hola nena, ¿cómo te llamas?”-, a lo que la bebé con toda naturalidad responde -“Princesa”. Mi Bestia del Mal (el baby) dice -“NO, ¿cómo te llamas de verdad?”-. A lo que la nena responde -“Pues soy Princesa, de verdad”-.

Todos nos quedamos viendo con una sonrisa que expresaba mitad ternura, mitad “esta niña la va a pasar mal en la vida”. Mis hijos como buenos adolescentes, después del protocolo normal del saludo, huyeron a sus cuartos como los animales nocturnos que son. Y uno se quedó disfrutando en su hábitat (cocina), con un café y comiendo a las amigas con pan.

*Maestra Aída Gaxiola. Psicóloga Clínica, madre, yogui. Fascinada por las historias que florecen pero sobre todo de la maravilla del desarrollo humano. aidagaxiolav@hotmail.com

 

Compartir