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Arturo DIEZ*

LEÓN, GTO.- A veces, el texto aparece de manera directa relacionado con el contexto. Hace unos días estaba leyendo Por qué Marx tenía razón del crítico inglés Terry Eagleton (Ariel, 2018) y cerca de las últimas páginas me encuentro con la noticia que la SEP recomienda a sus docentes leer libros del filósofo alemán Karl Marx (1818-1883). Más que la recomendación, en todo caso, me gustaría creer que en algún momento de su formación profesional se cruzaron con algún libro de él o que lo refiriera. Ya si regresan, será por gusto o convicción.

En ese sentido, me es imposible no recordar mi primer encuentro con la teoría marxista durante la preparatoria, el profesor Irineo con su grave voz e histrionismo sobre el proscenio nos habló sobre la estructura y la superestructura y dibujó el famoso esquema triangular en el pizarrón. Más tarde, entendería mejor esto en el autobús conversando con mi amigo Andrés, quien emocionado me habló sobre los modos de producción.

El segundo encuentro fue en la facultad de economía. El apartado dedicado a Marx en el magro libro de texto de la preparatoria lucía como un fideo ante los tres tomos de El capital. En la clase de economía política fue donde leímos varios capítulos seleccionados. A varios de nosotros nos desalentaba además del tamaño de esa obra, lo intrincado. Pero recuerdo que a mi compañero Marcos Valerio Lenin, de 26 años entonces, le sorprendía que ese texto no nos interpelara. Para él, era poder entender por qué no había podido estudiar antes y la precariedad padecida, en sus palabras: “cómo no lo voy a entender si es lo que he vivido”.

Otros encuentros han ocurrido. Sin embargo, de la lectura del libro de Eagleton, en las que el académico busca refutar los argumentos típicos que suelen oponerse a Marx y mostrar cómo se le ha caricaturizado, me quedo, entre varias ideas interesantes, con una en particular: el concepto de trabajo. Sabía que para Marx el trabajo debía ser una actividad que nos dignificara, es decir, una actividad que permitiera la autorrealización. Pero desconocía –Eagleton actualiza varios conceptos de Marx– que para él también debía ser algo creativo. Es decir, si desaparecieran las jornadas (auto)explotadoras actuales debido a la precariedad salarial, el tiempo de ocio, como tiempo fuera del trabajo, desaparecería. Entonces, el ser humano encontraría el trabajo como un fin en sí mismo, no un vender su tiempo por un salario, sino una creatividad que se despliega como parte de su naturaleza intrínseca. Pero antes, deben atenderse las necesidades materiales.

*Nací y crecí en Xalapa. Estudié ciencias de la comunicación en la UNAM y en mi tiempo libre me aficiona leer para vivir otras vidas, así como escribir para contar algo de la mía.

Contacto: arturodiezg@outlook.com y arturodiezgutierrez.wordpress.com

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