BARCELONA, ESP.-A los 5 años mi papá me regaló un pequeño lienzo junto con un par de óleos para que jugara a ser pintor y sin saberlo, él  había puesto en mis manos lo que sería mi profesión como adulto. Ser el hijo menor, en mi caso, no trajo muchas ventajas pues la herencia que iban dejando mis tres hermanas conforme iban creciendo me era de poca utilidad y con la diferencia de edades mi infancia se redujo a la de un niño muy solitario. Esa aparente soledad dio espacio para lo que en ese entonces la televisión ofrecía con programas como Rehilete, El Tesoro del Saber, Juan Sin Miedo, El Show de los Muppets, Burbujas, Cachirulo, las caricaturas japonesas, Disney y Hanna-Barbera, que despertaron en mí una insaciable creatividad casi obsesiva.

En los años 80 México pasaba por una fuerte crisis económica y hasta el 94 que el país no se abre al mercado extranjero todo lo de Estados Unidos era como una ilusión exclusiva para las clases más pudientes de México: tiendas de comida rápida, ropa con personajes de caricaturas, ir a Disney World, todo eso que tenía que ver con el “gabacho” era más para la gente pipiris-nice (como decíamos) y gracias a la televisión o los álbumes de estampitas tuve la oportunidad de vivir de cerca ese mundo de imaginación el cual se convertiría en mi más grande fuente de educación visual junto con todos los grandes maestros de la pintura que conocí a través de las visitas domingueras a museos.

Siendo muy niño ya estudiaba los libros de dibujo anatómico que tenía mi papá y con precisión lo reproducía en las enormes hojas blancas de los cuadernos de cartulina que me regalaban, ¡Son idénticos!¡Lo calcaste! me decían y yo con orgullo lo negaba aunque para mí el que pensaran que era copiados era un gran cumplido, sin embargo, en la escuela esto jugó siempre en mi contra pues las maestras siempre me decían que mi papá me los hacía o cuando había un concurso de dibujo el mío quedaba en último lugar por ser un “tramposo”. Poco a poco, sin saberlo, mi entorno intentó que desistiera de mi destino, porque el arte es sólo para vagos, pero no hice caso y continué esquivando golpes, disfrutando conquistas y levantándome cada que caía hasta que el 14 de marzo del 2020 poco antes de comenzar mi nueva obra comenzamos a escuchar el nombre del coronavirus insistentemente en las noticias y en las conversaciones y ese día nos dicen que no podemos salir de nuestras casas. Este estado de alarma paralizó al mundo por tres meses por lo cual me vi obligado a suspender la obra en la que estaba trabajando.

Desde niño por las noches divago mucho, pienso en historias fantasiosas, desde que puedo teletransportarme y corregir el orden mundial hasta que puedo viajar por el tiempo (me pasa por haber visto tanta tv). En el confinamiento antes de dormir pensaba en lo que estaba sucediendo, desde teorías de conspiración, el tiempo, el amor hasta en lo bien que estaríamos sin tanta información; algunas noches me ponía a bocetar esas ideas, otras sólo las escribía y muchas más las imágenes se me perdían en el olvido. Cuando pude volver a comprar materiales decido pintar todo lo que tenía ya bocetado y sin darme cuenta, ese niño que pensaba que esos personajes animados eran sus mejores amigos ayudó al adulto que soy ahora para crear su nueva obra. Y hoy en día, habiendo vencido prejuicios, fronteras y limitaciones ese niño y yo pensamos que la mejor noticia es no tener noticias, que el amor es lo que nos mantiene a flote y que, a veces, cuando alguien se va deja tormentas atrapadas en los ojos.  Por eso “Cosas que me digo cuando estoy dormido” es el trabajo más íntimo que he realizado, porque cada cuadro es la profunda mirada de un niño que ha utilizado el cuerpo del adulto para poder expresarse.

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