Claudia SAGREDO*
Hablemos un poco sobre la sobriedad de un museo, la concepción de un recinto con cierto protocolo, en donde si te acercas mucho a una pieza o suena una alarma o un no tan amable elemento de seguridad te pide que tomes tu distancia de la inminente obra de arte que estas contemplando.
Con esta premisa pensemos un poco sobre lo irónico de que un elemento de seguridad podría “decorar” o como a mi me gustaría llamarlo, intervenir una pieza dentro de un recinto cultural. El lugar del crimen en esta ocasión fue el Centro Yeltsin, que, si googleas un poco sobre el mismo descubrirás que es un museo dedicado a la historia política rusa, si, así como lees: ¡Un museo de políticos! Lo cual nos suma a la ironía de lo que estoy a punto de contarte. ¿Estás listo?
Una tarde lenta de diciembre en la Rusia occidental un custodio decidió que la pieza “Tres figuras” de la artista Anna Leporskaya, se veía demasiado inexpresiva y por ello decidió colocarle un par de ojos como colaboración contemporánea a la pieza. ¿Ustedes como museo qué hubieran hecho en este caso?, ¿renombrar la pieza?, ¿revivir al artista?, ¿gritar por las salas: ¡Está vivo! ¡está vivo!? En este caso, el museo telefoneó a sus amigos de la galería Tetryakov por auxilio para su restauración, despidieron a nuestro amigo artista y la compañía de seguridad tendrá que cubrir 3,348 dólares por su restauración.
A pesar de que nuestros amigos de la Galería Tetryakov comentan que el daño puede resarcirse sin afectar la pintura a largo plazo, ya que, aunque la tinta del bolígrafo penetró la capa de pintura, el trazo ligero de nuestro no tan amigo guardia hizo que fuera posible eliminarse. Aquí viene la pregunta importante, ¿qué protocolos cumplen los museos para capacitar, informar y amonestar este tipo de acciones?, ¿qué mensaje da esta nueva ola artística que nos permite interactuar, intervenir o dañar a las piezas artísticas?, ¿qué función hace el museo en este acto social de los públicos participativos? Ojo, no hablo de que ahora todos debemos de amedrentar o agredir a las piezas… ¿recuerdan mi historia de los balazos al Rembrandt del Rijksmuseum? Quiero creer, que el guardia tuvo cierta inocencia en su acto, que no hubo dolo y que nunca pensó que su acto fuera una agresión hacia el arte ahí expuesto.
Pero, lo que si nos plantea es una redirección entre el arte y su diálogo con la sociedad, por ejemplo, el arte participativo o los propios performances, viene a mi cabeza a una de mis mujeres favoritas de la historia del arte: Marina Abramović. Esta inminencia -en mi opinión- del arte del performance nos invita, es más, nos reta a participar dentro de su arte, llevando al límite a sus espectadores, cómplices o hasta agresores. Analicemos un poco, su obra Rhythm 0 realizada por primera vez en 1974, en donde se coloca totalmente desnuda y frente a ella coloca 72 objetos, que van desde una rosa, una pluma, un cuchillo, hasta una pistola. Oh sí, una pistola con una bala lista para disparar. Durante este ejercicio social, como a mi me gusta llamarlo, le pide interactuar al público asistente con ella y con los 72 objetos. Durante 6 horas, en donde ella no reaccionará a nada de lo que puedas hacerle, obviamente, el inicio es suave y va subiendo de tono cuando el público entra en confianza. Tanto así que ha habido veces en las que el público esta a punto de dispararle. ¿por qué?, ¿qué te hace llegar a ese extremo?, ¿es en realidad un estado de trance dentro del performance o es tu personalidad real lo que te pudiera hacer matar a alguien?
¿Qué similitud hay en estas dos historias? En mi parecer, el hecho de que la sociedad este un punto decisivo de participación, que los recintos culturales están en constante evolución para incentivar no sólo la asistencia si no la residencia de un público, un diálogo real, una llamada abierta. La idea del arte participativo hace que sea más fácil transgredir … o siempre hemos sido transgresores pero nunca habíamos tenido la oportunidad de hacerlo.
*Mercadóloga y gestora cultural enfocada en autogestión de recursos y relaciones públicas.