Claudia SAGREDO*

Últimamente, he estado bombardeada por películas de grandes chefs, de propuestas culinarias, de formas de comer y hasta de experiencias sensoriales de un acto tan básico como es el alimentarnos diariamente.

Todos comemos, esa es una realidad y desde lo más profundo de nuestra cultura creemos que como se ve, sabe; se tiene que ver “bonito”, pero lo “bonito” puede llegar a lo efímero, a lo sublime, a lo artístico. Me debato entre la idea de reconocer que los chefs son los nuevos artistas, pero esos artistas que parten de mi idea romántica de ver el arte: los que transgreden, los que nos retan, los que nos muestran nuevas formas, los que nos abren el mundo y lo llenan de posibilidades, de esos románticos empedernidos que buscaron toda su vida su obra maestra.

Piénsalo, ¿qué sentiste cuándo viste una pieza por primera vez?, ¿qué pasó por tu mente?, ¿qué emoción despertó? Sin duda, el arte es ese amor que se mete entre tu piel y nunca se va del todo. Así que, ¿puedo llegar a considerar que los nuevos personajes con propuestas artísticas provengan del mundo gastronómico?

Para poner a prueba esta teoría, hablemos de los chefs que generaron propuestas artísticas, platos dignos de museos. OJO, no hablaremos de técnicas o sabores, ya que ese no es el punto de este texto, sino hablar de estética y de propuesta, de romper lo establecido para llegar a generar una reacción o emoción dentro del espectador o en este caso, del comensal.

Nombraremos al chef afín de Salvador Dalí, uno de los artistas representativos del Surrealismo. Seguro has visto alguno de sus relojes escurridos o te has percatado de su excéntrico bigote en las calles de Nueva York. ¿Quién decía que la imitación de su obra era una prueba rotunda de su grandeza como artista? ¿Pensará lo mismo nuestro chef en cuestión?

Como los artistas, este chef comenta que convertirse en uno de los más grandes del mundo nunca fue su intención; básicamente la vida lo empujó a las cocinas y él se encargó de crear más de mil recetas para un solo restaurante: El Bulli. Digo, no es por presumir, pero Dalí creo más de 1,500 obras sólo en el rubro de la pintura, más sus esculturas, textos y guiones para cine. El punto aquí es ¿hay comparación? Entre una obra que trasciende emociones y hasta países a un platillo o una receta que actualmente no sólo es comida, sino una experiencia sensorial que perdura en tu memoria. Un performance tal vez.

El chef Ferrán Adriá, que en diferentes entrevistas ha declarado que el arte no está sólo en los museos, fue el chef ejecutivo de El Bulli, restaurante español que obtuvo 4 estrellas Michellin, entre otros reconocimientos como ser el mejor restaurante del mundo en 2002, 2006,​ 2007,​ 2008​ y 2009.

Con sólo 8,000 comensales al año, se coronó como una experiencia de vida para quienes lo visitaban; a su visión de mezclar la ciencia con la gastronomía se sumó una corriente denominada cocina molecular (subdisciplina de la ciencia de los alimentos que busca investigar las transformaciones químicas y físicas que ocurren en los ingredientes durante la preparación de los alimentos). En el 2011, El Bulli cierra sus puertas y se convierte en una fundación con la finalidad de compartir el conocimiento mediante asesorías alrededor del mundo.

Si tu googleas “fotos de platillos del Bullí”, te verás inmerso en diversas imágenes de platos con una estética equilibrada, con colores y formas que resaltan a través de la pantalla; a mi parecer, se asemeja un poco más a lo abstracto del querido Joan Miró que a nuestro excéntrico de cabecera Dalí. ¿Ustedes qué piensan?

Ahora, partiendo de la premisa que los actuales artistas podrían estar fuera de las esferas culturales y adentrarse más hacía las gastronómicas, ¿será que podremos ver en los próximos años una subasta de Sotheby’s por el último platillo de algún chef? ¿Acaso la conservación de las piezas serán ahora en cámaras de refrigeración en vez de en museos con controles de clima?

 

*Mercadóloga y gestora cultural enfocada en autogestión de recursos y relaciones públicas.

 

 

 

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