CARPE DIEM
Réquiem por la cuenca del río San Felipe
NÉSTOR Y. SÁNCHEZ ISLAS nestoryuri@yahoo.com
Quienes a través de acciones totalmente de tipo político no quieren ver el impacto
que sus decisiones tendrán sobre todos nosotros solo tienen en mente el
cortoplacismo y sus intereses inmobiliarios. Para la ciudad de Oaxaca, la cuenca, o
lo que queda de ella, del río San Felipe será una tragedia ecológica que se suma al
vergonzante fin que le dimos al río Atoyac, a la destrucción del río Salado y al
entubamiento del río de Jalatlaco, que es el mismo río de San Felipe.
El atractivo de la cordillera resultó en su propio fin, la zona se transformó de un
caserío a una zona de residencias. Una buena parte de la población original se
dedicaba a la elaboración de tortillas y, desde ahí, bajaban a venderlas al centro.
Hoy, los habitantes originales han migrado debido a la gentrificación de la zona. Si
por un lado este fenómeno mejoró las condiciones urbanas, por otro, desató la
especulación que hoy se padece.
La cordillera de San Felipe no solo es parte del paisaje de nuestra ciudad, sino que
es parte de su historia. La continua necesidad de agua para la capital obligó a
construir el acueducto, allá por el siglo XVIII, que satisfizo durante años parte de la
necesidad. La construcción de esa obra nos dejó un legado arquitectónico hoy muy
apreciado y que es parte de nuestro valioso patrimonio edificado: los arcos de La
Cascada y los arquitos de Xochimilco.
Una cuenca hidrológica no se limita al río y sus orillas, sino que abarca toda la zona
que le da origen. El río de San Felipe tiene como cuenca la propia cordillera, en
gran parte invadida en la zona del libramiento norte, pero también forman parte de
ella La Chigulera, el Ejido Guadalupe Victoria, los cerros y las lomas que la rodean,
entre ellos el cerro del Crestón.
El hecho de permitir la urbanización de esas zonas significa acabar con la flora y
fauna nativa, con un pulmón de aire y una zona de recarga de agua. La naturaleza
nos entrega un río limpio y nosotros lo convertimos en una cloaca. No hay que ir
hasta el río Salado para disfrutar los olores nauseabundos de agua podrida. Basta ir
al puente de la calzada Porfirio Díaz que la une con la Calzada Héroes de
Chapultepec para vivir la experiencia en medio de una de las zonas de mayor
plusvalía. No solo el agua está contaminada, el cauce está lleno de lodo, maleza y
basura.
A partir de ese puente, el río de San Felipe entra en el entubado de Jalatlaco, una
obra que bajo los criterios ecológicos actuales nunca se hubiera hecho. Los ríos y
sus cuencas deben rescatarse y no ocultarse debajo de las calles y avenidas.
La zona del Crestón, a la que se le acaba de autorizar la modificación del uso de
suelo, no es ajena a la especulación inmobiliaria. En pocas palabras, la decisión del
ayuntamiento es el toque de salida para la gentrificación de la zona que dejará de
ser un pulmón de la ciudad para convertirse en una fuente de demanda de agua, electricidad y demás servicios. El Ejido Guadalupe Victoria es, desde hace tiempo,
una zona de alta especulación debido a la gran cantidad de residencias que ahí
existen.
El daño ecológico no se limitará al cerro del Crestón puesto que se trata de una
microcuenca. Los efectos de falta de lluvia, más calor, deforestación y nula recarga
de mantos acuíferos los padeceremos todos. La erosión del suelo y la descarga de
aguas negras en el antiguo cauce extenderán la cloaca hasta la cordillera. La
vegetación nativa desaparecerá bajo toneladas de concreto y asfalto y la fauna de la
zona, como tlacuaches, conejos, serpientes y aves morirá al destruir su hábitat.
La escasez de agua potable aumentará. Ya desde hace años baja muy poca agua de
San Felipe y, con estos cambios, no tardará en extenderse la mancha urbana más
allá del libramiento norte, como ya es un hecho. Lo más grave de todo esto es el
proceso de cambio climático que padecemos y cuyas olas de calor son cada vez más
prolongadas e intensas.
Es tal la voracidad por esas tierras y la corrupción entre notarios y autoridades que
ya llegaron al colmo de que salió un dueño de los terrenos de la presa rompe picos,
una obra que se hizo para salvar vidas pero que no les importa.
Hoy con nostalgia, la gente mira en redes sociales las antiguas imágenes del río
Atoyac cuando tenía agua, cuando lo cruzaban en carretas tiradas por bueyes. Esa
misma gente que se llena de nostalgia no dirá nada ante la desaparición de esta
microcuenca. Lo único que quedará serán las fotos y videos de lo que alguna vez fue
una hermosa zona arbolada y con abundante vida silvestre. La muerte de esa
cuenca será la muerte de viejos recuerdos y vivencias de quienes tuvimos la
oportunidad de conocerla, vivirla y disfrutarla antes de la devastación que viene en
camino.