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CARPE DIEM

Lo que la primavera toca, lo desvirtúa

NÉSTOR Y. SÁNCHEZ ISLAS                                                                                  nestoryuri@yahoo.com

Nuestra sociedad evoluciona y los cambios son naturales. Sin embargo, una cosa es cambiar y otra desvirtuar. La religión ha cambiado a lo largo de los siglos, pero su sentido sigue siendo el mismo. Esta administración decidió autonombrarse Primavera oaxaqueña y, desde el momento que lo hizo con fines políticos e ideológicos, desvirtuó el significado social que este sobrenombre tiene en la historiografía de la lucha por la libertad.

En la historia reciente hay dos movimientos llamados “primaveras”. La de Praga, en 1968, en donde los checoslovacos intentaron liberarse del yugo soviético que, sin piedad, los aplastó con sus tanques y sus botas ensangrentadas. La otra “primavera” y mucho más reciente fue la encabezada por varias naciones del norte de África que lucharon contra las dictaduras en Egipto, Túnez, Libia o Siria. Fue una lucha heroica que cobró miles de muertos.

La primavera oaxaqueña nada tiene de heroica y nunca llegó a ser más que el bloqueos de calles y carreteras durante años, pero no con el fin de cambiar la realidad social y económica sino, en muchos casos, solo para obtener maletas llenas de efectivo en negociaciones en lo oscurito para después salir a la calle vestidos de luchadores sociales.  En el fondo y como lo vemos hoy, no querían un cambio solo querían ellos los dueños del negocio. Las leyes que hoy nos imponen son la prueba de lo que querían, en el fondo, es tener el poder y eternizarse en él.

Hablemos ahora del tequio, una institución ancestral de comunidades indígenas que este gobierno ha convertido en política pública. El tequio tiene algunas bondades, pero también tiene excesos que, ante la sacralización de lo indígena en estos tiempos, nadie se atreve a criticar. Entre esos excesos está el extremo de que, en algunos casos, puede llegar a convertirse en trabajo forzado cuando se le saca de su contexto social y cultural, como lo hace el gobierno actual cada que convoca a sus mega tequios.

El tequio, cómo una práctica profundamente enraizada en la vida indígena puede vaciarse de sentido cuando se transforma en política pública desde arriba, sin respeto por su origen, lógica y valores. Cuando el gobierno convierte al tequio en un instrumento oficial, no lo fortalece: lo distorsiona y, a largo plazo, lo debilita.

Esta vieja práctica, y otras tradiciones de origen indígena, son una etiqueta que se usa para imponer obligaciones disfrazadas de tradición con el solo objetivo de obtener legitimidad y propaganda al difundir por todos los medios disponibles, las imágenes del poderoso en turno con una brocha o escoba en la mano. El tequio deja de serlo cuando se obliga a través de la coerción, misma que viven muchos de los voluntarios participantes que deben acudir bajo pena de despido, descuento o multa. La primavera convierte una imposición disfraza de tradición porque deja de lado la pluralidad de la sociedad actual que, en su mayoría, ha crecido ajena a los usos y costumbres indígenas y, el tequio, para llamarse así, debe realizarse bajo su propio contexto social.

El tequio, que debería nacer del sentido de pertenencia a la comunidad y de la solidaridad propia de pequeñas sociedades en beneficio de ellos mismos a través de la reciprocidad la convierte hoy, el gobierno, en una imposición ajena al espíritu comunal. La tradición no debe ser sinónimo de obediencia ciega y, en cambio, debe ser sujeta a un análisis crítico para actualizarla a los contextos actuales en donde la gente depende para vivir de los ingresos de su trabajo y no de lo que la naturaleza le proporcione en su entorno cercano.

El oportunismo gubernamental no entiende que la ayuda voluntaria une a las comunidades, pero la obligación necesariamente las divide y, al convertirse en política pública, las costumbres son usadas como control político y sometimiento. Sí quienes participan no la hacen de forma voluntaria podría llegar a considerarse como un trabajo forzado que, de acuerdo con la Constitución, es ilegal.

El tequio sebe seguir siendo considerado dentro de su contexto y tradición que debe asumirse como un acto simbólico, ritual y ético dentro de la cosmovisión indígena. Cuando el gobierno lo usa como propaganda lo vacía de significado y lo reduce a un instrumento de legitimación.

Así como se está desvirtuando el tequio el gobierno ha venido desvirtuando a la Guelaguetza, o la Fiesta de los Lunes del Cerro. Esta celebración de origen religioso es hoy una fiesta con fines económicos y, siendo negocio antes que cultura, se permiten inventar toda suerte de convites, calendas y desfiles jamás antes considerados, para crear un artificial ambiente de felicidad.

Llegaron al poder enarbolando las banderas del indigenismo y sus tradiciones; hoy son quienes más desvirtúan y sacan raja política y económica de ellas.

equio deja de serlo cuando se obliga a través de la coerción, misma que viven muchos de los voluntarios participantes que deben acudir bajo pena de despido, descuento o multa. La primavera convierte una imposición disfraza de tradición porque deja de lado la pluralidad de la sociedad actual que, en su mayoría, ha crecido ajena a los usos y costumbres indígenas y, el tequio, para llamarse así, debe realizarse bajo su propio contexto social.

El tequio, que debería nacer del sentido de pertenencia a la comunidad y de la solidaridad propia de pequeñas sociedades en beneficio de ellos mismos a través de la reciprocidad la convierte hoy, el gobierno, en una imposición ajena al espíritu comunal. La tradición no debe ser sinónimo de obediencia ciega y, en cambio, debe ser sujeta a un análisis crítico para actualizarla a los contextos actuales en donde la gente depende para vivir de los ingresos de su trabajo y no de lo que la naturaleza le proporcione en su entorno cercano.

El oportunismo gubernamental no entiende que la ayuda voluntaria une a las comunidades, pero la obligación necesariamente las divide y, al convertirse en política pública, las costumbres son usadas como control político y sometimiento. Sí quienes participan no la hacen de forma voluntaria podría llegar a considerarse como un trabajo forzado que, de acuerdo con la Constitución, es ilegal.

El tequio sebe seguir siendo considerado dentro de su contexto y tradición que debe asumirse como un acto simbólico, ritual y ético dentro de la cosmovisión indígena. Cuando el gobierno lo usa como propaganda lo vacía de significado y lo reduce a un instrumento de legitimación.

Así como se está desvirtuando el tequio el gobierno ha venido desvirtuando a la Guelaguetza, o la Fiesta de los Lunes del Cerro. Esta celebración de origen religioso es hoy una fiesta con fines económicos y, siendo negocio antes que cultura, se permiten inventar toda suerte de convites, calendas y desfiles jamás antes considerados, para crear un artificial ambiente de felicidad.

Llegaron al poder enarbolando las banderas del indigenismo y sus tradiciones; hoy son quienes más desvirtúan y sacan raja política y económica de ellas.

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