Arturo DIEZ*

León, Guanajuato, no es para caminar. O no lo es para quien, como yo, ha estado acostumbrado a hacer la mayor parte de sus actividades caminando. Desde luego suelo alternar esas caminatas con transporte público cuando los trayectos son largos o los tiempos apremian, pero para mí caminar es algo que disfruto.

Basta ponerse el calzado y salir a la calle para hacerlo. En León, además, a veces hace falta una sombrilla, pues el sol azota por calles donde los árboles destacan por su ausencia. En su defecto, desearía altos edificios que dieran sombra o toldos, como solía pasarme en Ciudad de México. Lugares donde bastaba elegir el lado de la calle con sombra, ya que aquí, generalmente, ambos lados de la calle van con sol.

Otro reto a superar es que en general todas las distancias aquí son largas. Amplias avenidas para cruzar a pie, pero reducidos los pasos peatonales para hacerlo. Cerca de donde vivo, para poder tomar la oruga (el Optibús), debo cruzar la avenida Torres Landa. El semáforo peatonal –cuando lo hay– dura apenas cuatro segundos y el tiempo de espera para que se ponga en verde, estimo, es de al menos dos minutos. Y lo más frustrante es que cuando por fin está en verde, los carros suelen pasárselo sin importarle el peatón. Es decir, aquí el verde peatonal no es simplemente “pase”, sino, “inténtelo bajo su propio riesgo”.

Otra proeza es tomar la oruga. Tenía que ir a arreglar un trámite al sur de la ciudad y cometí el error de pensar que los efectos secundarios de la Sputnik no serían tan graves en mí. No debí confiarme. Acabé una hora de pie esperando a poder tomar la ruta 73 mientras tenía 38 grados. ¿Por qué si tanta gente espera, sale una ruta cada hora? Y eso, si tienes la suerte de caber apretujado en el autobús, pues a veces la fila es tal que no se alcanza y la hora de espera para abordar se estira. Aprender a descifrar la ruta que se debe tomar es otra historia, pero baste decir que Google Maps ayuda a no perderse.

Me gusta que estén haciendo ciclo-rutas, lo malo, es que algunas rutas quedan a medio camellón, donde es común que el peatón termine al no poder cruzar de un solo tiro la avenida, entonces, debe recogerse como pueda junto algún poste u orilla, para que no se lo lleve de paseo ningún neumático de cualquier rodada. Como última queja, y para advertir al caminante novato por León, está que las direccionales para los conductores leoneses son un accesorio que las automotrices agregan a los vehículos con el objetivo de venderlos más caros, pues al carecer de importancia, su uso no tiene el menor sentido.

La ciudad industrial me acecha para comprar un carro, yo, me resisto.

 

*Nací y crecí en Xalapa. Estudié ciencias de la comunicación en la UNAM y en mi tiempo libre me aficiona leer para vivir otras vidas, así como escribir para contar algo de la mía.  Contacto: arturodiezg@outlook.com y arturodiezgutierrez.wordpress.com

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