Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.- El último poema que escuché leer a David Huerta (1949-2022) fue “Perro de Goya” de su libro Los instrumentos de la pasión (UAQ, 2019); leído con entusiasmo y fraternidad una mañana de diciembre de 2021 en la Museo de la Ciudad de Querétaro, como parte de un encuentro entre poetas y pintores donde tributamos la memoria y el legado del poeta Ramón López Velarde en el centenario de su muerte.  En la obra del autor de Incurable estuvieron siempre presentes sus diálogos con las artes visuales, de Francisco Toledo a Vicente Rojo, de Gustavo Aceves a Miguel Castro Leñero. La palabra se adentra en la imagen, la imagen se despliega en la palabra: cópula y laberinto de sentidos. La enigmática y propiciatoria pintura del perro goyesco permite al poeta la divagación temporal y espacial. La España de los desastres de las guerras napoleónicas arriba con limos y cromos a nuestros días y a nuestras noches de enloquecida razón por mérito de un ladrido que no cesa de advertirnos de aquelarres siniestros que darán origen al hundimiento de la civilización: “Veo tu modo de tener pesadillas/ entre centellas y velocidades y masas de impactos/ y objetos contundentes o punzocortantes.”

El poeta mexicano se conmueve y se compadece del cachorro pintado originalmente en las paredes de la Quinta del Sordo, casa habitada por Francisco Goya y Lucientes entre 1819 y 1823; pieza estelar de las llamadas Pinturas Negras, el Perro semihundido se rescató del muro para colocarse en un lienzo en el año de 1873. Se mostró en compañía de toda la serie en la Feria Internacional de París en 1878 —Saturno devorando a sus hijos, Duelo a garrotazos, Aquelarre o el gran cabrón y diez cuadros más— y apenas si llamó la atención de unos pocos que vieron enigmas y profecías que se cumplirían un siglo después en el arte moderno.

“De su perfecto hocico saldrá, cuando menos lo esperemos,/ un murmullo de Eclesiastés,” nos advierte David Huerta al inicio del poema. Y en efecto, no obstante su orfandad y horror, su desolación y angustia ilimitadas, el “can visionario” contempla el mañana con muy malos augurios. Pero también, en ese paisaje de arenas movedizas, de sombras ocres, el arte de Goya vaticina rutas inéditas para al artista del mañana, para los expresionistas y simbolistas decimonónicos, y luego, décadas después, para el surrealismo y la pintura metafísica: “Hundido en el nacimiento de los colores/ como un prado sublime, este animal/ ha visto los desastres de la guerra.” Pese a su inmovilidad pictórica, el perro del aragonés recorre con manadas canes famélicos otros orbes y órdenes; José Revueltas se lo topa —no podría existir mejor lugar—, en el Parque Hundido, “Una tarde llena de magia y de alcoholes quemantes”. Giorgio Manganelli descubre su “naturaleza celestial”. La cola canina que por supuesto no aparece en el cuadro de Goya, recuerda a Huerta “una trenza dibujada por John Dine” que lo hace estremecer “pues ha sido cortada/ por el paso raudo de un automóvil/ o por la acción inicua de un machete torpemente blandido/ por un canalla ocioso.”  Las múltiples bandas que el poema del mexicano toca, destaca una voracidad religadora de los seres y los objetos del mundo, las aproximaciones y los acoplamientos del pensar y el sentir, de las mínimas certezas y las vastas divagaciones sobre un asunto que se desvanece durante el asedio para resurgir, un poco después, imantado de sonidos y furores, pleno de afluentes y bifurcaciones. El mote de barroco o neobarroco, tendencias artistas que los comentaristas adjudican al autor de Versión, apenas atisban los lindes de una de las aventuras mayores de la poesía mexicana.

 

*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

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