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Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.- El pasado 8 de febrero, algunas instituciones recordaron el nacimiento, hace 160 años, del poeta, cronista, narrador y crítico literario Luis G. Urbina (1864-1934). Figura central del movimiento modernista en México, su legado literario sigue en un limbo de indiferencia o en un purgatorio de malos entendidos que han limitado su circulación en el interés de las nuevas generaciones. Posiblemente, a partir de la extraordinaria Antología del modernismo 1884-1921 de José Emilio Pacheco, publicada por la UNAM en 1970, el conocimiento de las principales figuras de dicha tendencia literaria llamó la atención, no solo del lector especializado, académicos y poetas, sino de un público curioso por asomarse a las páginas de autores que frecuentaron, conmovidos y empáticos, sus padres o abuelos.

De la nómina de modernistas, posiblemente los nombres de Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Enrique González Martínez, José Juan Tablada y Amado Nervo, siguen estando presentes en la discusión del presente poético o del llamado canon de la literatura mexicana. Aunque Pacheco suma al índice de su antología a Ramón López Velarde, el jerezano está en otra latitud lírica, claramente rupturista y de anticipación a la vanguardia. Sin embargo, la obra de Urbina reclama una necesaria rehabilitación. Leerlo nuevamente con ojos del ahora y del aquí, tanto al poeta como al prosista. En vida fue un animador nato, actor protagónico de numerosas empresas culturales como la Revista Azul o la célebre Antología del Centenario por citar dos iniciativas ejemplares.

Su gran falta moral: aceptarle a Victoriano Huerta la dirección de la Biblioteca Nacional. Ese desatino, sobrellevado de mejor forma por otros colegas, llevó a Luis G. Urbina al exilio, a Cuba, Argentina y sobre todo a España donde moriría un 18 de noviembre de 1934 en Madrid. La crítica literaria, pero también la historia de las letras nacionales, debe a su pluma por lo menos dos piezas insoslayables para su comprensión: La literatura mexicana durante la Guerra de Independencia (1910) y La vida literaria en México (1917). Querido y estimado por sus contemporáneos, incluso por escritores de la siguiente generación, Alfonso Reyes y Antonio Castro Leal en primerísimos lugares, el poeta Urbina escribió una serie de poemas que rebasan cualquier temporalidad, moda o escuela literarias. ¿Quién puede cuestionar la hondura existencial, el encanto musical o la orfebrería formal de poemas como “La balada de la vuelta del juglar”, “La elegía del retorno” y “Nocturno sensual”? Respecto a su prosa, el lector puede procurarse el tomo Cuentos vividos y crónicas soñadas, una selección de entregas periodisticas de 1893 a 1912 donde discurre su autor sobre diversos asuntos de su entorno y época, con gracia e ingenio, con seducción y desenfado. Otro espectro de su escritura se localiza en su afición teatral y cinematográfica cumpliendo como crítico de las puestas en escena de la Ciudad de México, así como de las primeras proyecciones fílmicas en la capital del país.

En diez años se cumplirá su primer centenario de no estar aquí -bajo este sol de mortales-, margen de tiempo suficiente para reunir y publicar las obras de Luis G. Urbina, herencia literaria de mucho mérito y corroborada actualidad.

 

*De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

 

 

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