Ernesto LUMBRERAS*
GUADALAJARA, JAL.-Libros para llevar en nuestra maleta de viaje, artículos de vacaciones como un bañador o unos prismáticos. Lecturas a la espera de una mejor oportunidad, quimérica tal vez aunque no por eso menos añorada; encuentros pospuestos, una y otra vez, con las páginas de una novela o un volumen de ensayos por obra del ajetreo y la neurosis del día a día y que la soledad benéfica de nuestro destino arcádico hará realidad. Acaso esos compañeros ideales y campechanos para esos días en playas de arenas blancas o en montañas pintadas con los últimos brochazos del otoño, nos conecten con el otro tiempo de la vida interior, la otra edad del alma o de la frivolidad. ¡Lo que aparezca primero! Estas ficciones de la buena y edificante voluntad, Italo Calvino las parodia con encanto y mordacidad en su relato juvenil “Los buenos propósitos” (1952), mezcla de un vano alardeo espiritual y de una glotona indolencia:
El Buen Lector espera las vacaciones con impaciencia. Para las semanas que pasará en una solitaria localidad marítima o montañosa, ha reservado cierto número de lecturas de las que más le gustan y saborea por anticipado el placer de las siestas a la sombra, el crujir de las páginas, el abandonarse a la fascinación de otros mundos a través de las tupidas líneas de los capítulos.
La mesa de novedades de los aeropuertos ofrece este género, especialidad literaria para dejar —tras renovadas posposiciones— en el buró del cuarto de hotel o leer de un tirón en un vuelo trasatlántico. Sin poderme sustraer a tamaño despropósito o petulancia, traje en mi retiro invernal tres libros que picoteé con placer, interés y abulia. En estos días de asueto en las colinas de Chiquilistlán me decepción sobremanera la novela La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera; lejos de la prosa seductora de Daniel Sada o de la inventiva mordaz de David Toscana, su estilo es burdo, a veces incluso zafio y monótono; tengo la impresión que pega sus líneas y párrafos con engrudo, sus diálogos pesan como sacos de arena. Salvo algunos chispazos, aquí y allá, en su trama pandémica que se anticipó a la actual crisis sanitaria, no encuentro los méritos que cierta crítica adjudicó con bombo y platillos a este narrador mexicano. Para colmo de mi proyecto de lectura —mi jactancia en realidad es un látigo de cilicios—, compré otro libro suyo, Señales que precederán al fin del mundo. Afortunadamente, del trío mochilero disfruté dos cuentos de La incredulidad del padre Brown de Chesterton en la edición de Aguilar, volumen de la colección Crisol el cual cabía perfectamente en el bolsillo de mi camisa de leñador; otro de mis bolos navideños fue la lectura de La barbarie de la ignorancia, las conversaciones de George Steiner a cargo de Antoine Spire, libro que seguramente me preparará para lectura de Errata. El examen de una vida del mismo Steiner. Dicho lo anterior, confieso que leído entre el bacalao y el llanto del recién nacido en Belén.
*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es