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Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.- Durante el mes de septiembre de 2022, con la encomienda de impartir un taller literario, viajé a la ciudad de Tepatitlán de Morelos, cuna del maestro Anacleto González y del enigmático y prodigioso pintor Martín Ramírez. Con sesiones los viernes por la tarde y el sábado por la mañana, me tocó despedir el verano y recibir el otoño en compañía de un grupo de escritoras y escritores que aceptaron la invitación de recordar —es decir, pasar otra vez por el corazón— pasajes estelares de sus vidas, hallazgos y encrucijadas, duelos y encuentros. En un acogedor salón del Museo Municipal de Tepatitlán, cumplimos el imperativo del título del libro de Vladimir Nabokov. Habla, memoria así como el afán del poeta Elías Nandino de “juntar nuestros pasos”, la suma de nuestra demorada caminata en la cuenta corta del Tiempo.

Con el apoyo de la Secretaría de Cultura Jalisco, el taller Autobiografía de mis fantasmas, reunió en este enclave de la región de Los Altos a varios amantes de las letras para leer y comentar —en un primer momento— una sugestiva antología de textos memoriosos: diarios, libros de viajes, epitafios, autorretratos literarios, epistolarios y, por supuesto, autobiografías. A partir de tales modelos discursivos, los participantes incursionaron en cada uno de estos géneros que me gusta llamar “literatura del yo más íntimo y subjetivo”.  El resultado de aquel laboratorio de introspección y registro del día a día, de correos de complicidades, de picar piedra en el presente para traer nuestro “pasado en claro”, diríamos con Octavio Paz, aparece ahora en un libro, una selección de añoranzas y expiaciones pretéritas, de reconstrucción de paraísos perdidos, de atisbos a regiones del júbilo y del dolor cubiertas por una neblina espesa, traspasada de pronto por un rayo de sol.

La prosa de Elida de la Torre no tiene ningún tipo de concesiones, se interna en aguas profundas del ser, un buceo de riesgos y revelaciones; una búsqueda en fin para traer luz de las sombras más esquivas.  Por su parte, Elvira Margarita Borja hace el recuento de sus pasos en diversas geografías, pero también, la bitácora cotidiana, con humor, desenfado y gracia, curiosa irredenta y agradecida de los dones de la vida. En el caso de J. Guadalupe Hernández Rodríguez sus testimonios oscilan entre los avatares de su profesión y su gusto bibliófilo; a partir de estos dos polos devienen sus escarceos en el pasado, pero también, sus indagaciones presentes. María Martha González, fiel de la fiesta brava, tan incomprendida a últimas fechas, recuerda a sus presencias tutelares, la figura del padre en primerísimo lugar, para después ordenar sus constelaciones actuales y futuras.

La infancia es la protagonista de los recuerdos de Rusbelina Castellanos, esa estancia de la vida donde se avizora a la poeta en estado larval, su curiosidad por los libros y por esa “otra voz” de las palabras. Para Esmeralda López Lupercio la palabra es alumbramiento, prolongación del ser y del estar; por eso mismo, elige en sus recordanzas el nacimiento de su hija, las apremiantes dudas del suceso, las bendiciones y las enseñanzas de dicho prodigio. Por último, nuestra anfitriona, Lety Mora, traza sus líneas vitales entre el magisterio, la política, los libros y la familia, caminos que se entrecruzan ineludiblemente con beneficios y paradojas; asimismo, cae en cuenta de las crestas y vértices que le ha deparado la letra “M” en su existencia, un apellido, un matrimonio en su tierna juventud o la maravilla de la maternidad.

Tiene el lector curioso una muestra de los trabajos que se realizaron en el taller Autobiografía de mis fantasmas, valientes y sinceros asedios a la memoria más entrañable. Cada autor nos revela en estas páginas su muy particular sentimiento del mundo. En nuestro viaje al ayer reencontramos al niño y la niña que fuimos siempre en estado de asombro, a la muchacha y el muchacho llenos de preguntas hostiles e inquietantes; luego, tras las iniciaciones de la primera juventud, llegaría el momento de tomar las llamadas decisiones ineludibles e impostergables. Parte de esas bitácoras de viaje se localizan en este conjunto de testimonios, recolección de días bulliciosos y plenos, de noches de velar armas para la cotidiana batalla.

 

*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

 

 

 

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