Ernesto LUMBRERAS*
GUADALAJARA, JAL.- Rebasó mis expectativas el viaje a República Dominicana el pasado octubre, en especial su capital, la primada de América —¿cuántas veces escuché esa frase en la retórica de los políticos?—, urbe amurallada ante peligros corsarios a partir del siglo XVI y hasta mediados del siglo XX con la invasión norteamericana, villa tropical cruzada por el río Ozama que le concede otra edad y otros sueños. La convivencia con los poetas participantes de la Semana Internacional de la Poesía fue lo mejor, días intensos de lecturas y de ron recorriendo la ínsula que comparten dos países tan disímiles. Me encantó conocer a la argentina Romina Freschi, la venezolana Edda Armas, la uruguaya Silvia Goldman, el peruano Óscar Limache, el español José Ramón Ripoll y toparme de nuevo con el chileno Héctor Monsalve, el francés Stephane Chaumet y el hondureño Rolando Kattan, todos ellos (y ellas) parte de la legión extranjera. Los poetas locales Mateo Morrison, Plinio Chaín, Basilio Beillard, José Mármol y otros más cumplieron con creces su condición de extraordinarios anfitriones; gracias a sus buenos oficios, fuimos invitados por el Presidente de la República, Luis Abinader, a un desayuno en Palacio Nacional donde no pudo faltar entre los huevos estrellados y el tocino esa maravilla llamada mangú.
Me fui para atrás, una y mil veces, al toparme con las bellezas dominicanas que aparecían al doblar las esquinas o al subir y bajar las escalinatas rumbo al malecón o al cruzar una plaza: piernas largas y atléticas, caderas musicales, senos de breve escalada, rostros felinos de cabelleras boscosas, mulatas, negras o criollas, todas sin excepción, cabales ejemplos de la crueldad visual para mi celibato. La sexualidad que exudan las novelas y los cuentos de Junot Díaz, un Pulitzer latino que odian o aman frenéticamente sus coterráneos, quedó impregnada en mis nervios —y no sólo en el nervio óptico—, ardores de un psicotrópico que te atrae y doblega con su cruel poderío. Por su parte, Óscar Limache comenzó a leer en los días del festival La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa, novela ubicada en Dominicana en torno a su histórico, cruel y excéntrico dictador Trujillo, lectura que en mi caso se antoja para regresar a Santo Domingo, conocer un poco más Santiago de los Caballeros y pasar un largo fin de semana en Punta Cana, destino que por supuesto me dejaría en la ruina.
Tarea pendiente localizar y leer la obra especialmente de los poetas dominicanos, de Pedro Mir (1913-2000), considerado el vate nacional y con museo en la capital del país hasta Antonio Fernández Spencer (1922-1995). El último día del festival conocí e intercambié libros con Soledad Álvarez, poeta valiosísima y recién premiada en España. Infructuosamente busqué en librerías de viejo los tomos que me faltan del epistolario de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, El que brilló por su ausencia en mi estancia isleña —me dijeron que se mudó a Estados Unidos— fue el vate neobarroco Félix León Batista, en otro tiempo organizador de festivales de poesía en República Dominicana. El ubicuo y siempre caballeroso José Mármol, alto funcionario de un banco, me obsequió su discurso de trabajo ingreso a la Academia de la Lengua. Disfruté los afters después de los compromisos del programa, en compañía de mis colegas especialmente en “los colmados”, abarrotes que expenden bebidas alcohólicas las cuales se pueden consumir en la vía pública. En una ciudad turística, cara para el bolsillo de los nacionales, esta opción resulta ideal para los jóvenes que con unos cuantos pesos arman borlote hasta la madrugada.
*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es