Ernesto LUMBRERAS*
GUADALAJARA, JAL.- En la década de los ochenta y de los noventa, fue uno de los críticos literarios más constantes y lúcidos. Sus ensayos y reseñas en el suplemento Sábado de unomásuno, El Semanario de Novedades y en la Revista Siempre!, marcaron las principales vetas de la narrativa mexicana. Autor de un par de clásicos de la crónica, Loquitas pintadas (1995) y Crónicas romanas (1990), piezas donde se respira la vida bullente y desinhibida de enclaves de la Ciudad de México, urbe recorrida por su autor en todos los horarios. Maestro excepcional de varias generaciones de escritores en talleres literarios de la Ciudad de México y de otras ciudades del país, con especial querencia en Oaxaca donde impartió cátedra sobre el oficio del cronista literario como del ensayista durante las jornadas del Festival Hacedores de Palabras.
Lo conocí en la cantina La Nochebuena en 1989, en la tradicional comida de los lunes, tertulia que cambiaría de sedes siempre en el cuadrante del Centro Histórico. Entonces era el tutor de las becas del INBA de narrativa y tenía como alumnos en ese momento a Ignacio Padilla y a Beatriz Meyer. Por esos días dirigía la colección de poesía Las peras del olmo, editada por Plaza y Valdés, donde se publicaron las plaquettes, hoy pieza de coleccionistas, Hijos del aire de Octavio Paz y Charles Tomlilson, Ciclos terrenales de Elías Nandino y Pulsera para Lucía Méndez de Rubén Bonifaz Nuño. Poco tiempo después se fue a trabajar a la Dirección de Publicaciones de la UNAM, brazo derecho de Vicente Quirarte, su director de aquella época.
Siempre con un par de libros bajo el brazo —las inmediatas víctimas de sus reseñas—sabía los tejes-manejes de la vida literaria que contaba en la mesa cantinera con desenfado y un humor punzocortante. Comentarista estelar en infinidad de presentaciones de libros y homenajes de vacas sagradas. Noctívago de los cabarets de San Juan de Letrán y de la colonia Doctores, seguidor hasta el fin del mundo de la orquesta de Pepe Arévalo y sus mulatos. Amigo a morir de sus amigos. Americanista de primera línea, no pudo festejar la última copa del equipo de Coapa.
Después del duelo, será necesario rescatar sus libros y sus colaboraciones en publicaciones periódicas. En su mirada crítica, en su radar meticuloso se localizan varios de los sucesos más relevantes de la literatura mexicana. Destaco en su bibliografía estos libros, dignos de ser reeditados por su ejemplar rigor analítico: Segunda voz. Apuntes sobre novela mexicana (1987), Faros y sirenas. Aspectos de crítica literaria (1988), Lágrimas y risas. La narrativa de Jorge Ibargüengoitia (1997) o Sergio Galindo. Tres tristes tópicos: soledad, vejez y muerte (2000). Su muerte, ocurrida el pasado 30 de mayo en Tlachichilco, Veracruz, tierra de sus padres, llenó de consternación a muchos de sus amigos, alumnos y lectores. Los mensajes en redes sociales no se hicieron esperar cuando se conoció la noticia. Pero también, a los pocos días de su muerte, escritores como Elmer Mendoza y José Luis Martínez S., lo recordaron con textos entrañables y memoriosos, a modo obituario, donde se destacó sus cualidades excepcionales de crítico al tiempo que compartían punzantes anécdotas que lo retrataban como un humorista impecable.
*(Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es