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Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.-Acepto sin ningún cuestionamiento o excepción que no existe maestro o cosa que se le parezca que se jacte de enseñar a escribir poesía. Dar algunos consejos, compartir dos o tres mañas, advertir ciertos riesgos y contratiempos ayudan a cualquier aprendiz o interesado en el asunto pero, hablando en oro, poco suman tales minucias, esencialmente formales, a la práctica y el dominio de la materia poética. Por eso mismo, ninguna compañía de seguros respaldaría con una póliza —extendida a una universidad o academia— para validar y garantizar tan presuntuosa empresa.

Por otra parte, entiendo la jiribilla de la frase: “el que anda entre lobos aullar aprende”. Obviamente de ese contacto cotidiano de compartir el aire —el estilo de vida del alegre y decadente bohemio— no se sale poeta. Pero algo se aprende en esas andanzas gremiales, no sé, tal vez la manera de ver los amaneceres y las rosas, las carroñas y los albañales. La conciencia de pertenecer a un grupo con afinidades vocacionales y vitales, lo acepto con cruda moral y etílica, se puede tomar como parte de un proceso de iniciación y aprendizaje, de camaradería y tertulia donde se comparten lecturas y se revisan textos literarios en un ambiente fraterno como informal.

Esos saberes y menesteres, hablando en plata, no son poca cosa para el oficio del poeta; ahora bien, tocante al estudio y disciplina del oficio están al alcance de todo prospecto los manuales de versificación que pueden dar lugar —si se aplica el susodicho con constancia y curiosidad— a ciertas destrezas y conocimiento en el arte de la poesía. Los estudios de versificación de lengua castellana de Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Jaimes Freyre o Tomás Navarro Tomás aportan al interesado no sólo información sobre las posibilidades melódicas y rítmicas de nuestra lengua, sino que también proporcionan una gimnasia verbal y un laboratorio de renovada experimentación en torno del verso, en su expresión libre como en el formato de patrones métricos.

No obstante mi pesimismo en torno de la pedagogía poética, recomiendo a partir de mi experiencia —es decir, de mi laboratorio de prueba y error— estos seis libros que mucho me han ayudado para pensar la escritura de mis poemas: El arte de la poesía de Ezra Pound, Juan de Mairena de Antonio Machado, La mano del teñidor de W.H. Auden. Arte poética de Jorge Luis Borges, El taller blanco de Eugenio Montejo y Leer poesía de Gabriel Zaid. También solo recomendar en mis talleres transcribir a mano, de preferencia con lápiz, demoradamente, letra a letra, palabra a palabra, uno de los grandes poemas escritos en español. Algo en la dimensión del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz o de un soneto de Quevedo y Góngora o del Primero sueño de Sor Juana o al menos de la altura de Muerte sin fin de Gorostiza, de “Los sonetos de la muerte” de Gabriela Mistral o “El llamado del deseo” de José Lezama Lima.

Como en las clases de pintura o escultura donde a lo largo de un semestre, incluso un año, los alumnos reproducen una obra maestra, el ejercicio propuesto invita a asumirnos paulatinamente en autores de la pieza elegida, en sentir el temblor del riesgo y del hallazgo, la creación de las diversas capas del poema —musicales, semánticas, cromáticas…—, la velocidad del fraseo vía los cortes del verso y la puntuación así como de otros avatares prosódicos y conceptuales de la composición. Este tipo de ejercicios fascinaban a Juan Rulfo quien transcribió, en sus cuadernos de trabajo, varias versiones de Las elegías del Duino de Rilke, incluso se aventuró con una traducción muy singular del célebre poema.

 

*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

 

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