Ernesto LUMBRERAS*
GUADALAJARA, JAL.- Después del relámpago bermejo (al final del canto III del Infierno) viene un trueno ensordecedor (al comienzo del canto IV del mismo averno) que despierta a Dante tras desmayarse al poco de cruzar el Aqueronte, el primer río maléfico de su viaje por los reinos de ultratumba. Tras leer estos versos intimidantes grabados en la piedra de la Puerta del Infierno, “POR MÍ SE VA A LA CIUDAD DOLIENTE/ POR MÍ SE VA AL ETERNO DOLOR, POR MÍ SE VA CON LA PERDIDA GENTE / (…) ABANDONA TODA ESPERANZA TÚ QUE AQUÍ ENTRAS”, los dos poetas se toparán con legiones de almas pusilánimes persiguiendo por la eternidad una bandera.
Espíritus rastreros, tibios, oportunistas y acomodaticios quienes en vida nunca tomaron partido alguno o tomaron varios según la corriente a favor ―chapulines políticos los llaman ahora―, listos para cambiar de causa por beneficio personal o simplemente para salvar el pellejo. Millones de avispas y tábanos los hacen sangrar y esa sangre derramada se mezcla con su llanto donde pululan las larvas de las avispas y los tábanos, las cuales, llegado el momento, repetirán el doloroso y eterno castigo. Esas almas viles están en un no lugar del infierno, el vestíbulo de los indiferentes o de los hipócritas lo han llamado los estudiosos de La Divina Comedia. En efecto, para la ética y la poesía de Dante Alighieri esos condenados no merecen purgar sus miserias en el Infierno; no tienen méritos para habitar el reino de Satán quien sí tomó partido, llevado por la soberbia, contra los ejércitos de Dios.
Por supuesto a estos seres ruines, la barca de Caronte no los llevará a la otra orilla. Todo esto pasa en el canto III del Infierno, todo esto ve, escucha, siente y huele el poeta italiano, protagonista de su propio poema. Con la respiración entrecortada y el corazón agitado a punto de salirse de su cuerpo, avanza paso a paso siendo el único mortal en un territorio de muertos. Impresionado, colérico, conmovido y muy especialmente temeroso, el poeta se desvanece, cae a tierra al final de este canto tercero, como espiga segada por la hoz, o cae, dirá en sus propias palabras como “a aquel a quien lo atrapa el sueño”.
Los biógrafos de Dante cuentan que el poeta era un especialista del desmayo pues padecía de epilepsia. En el cierre del canto V, una vez más, se desplomará con todos sus huesos, su bonete, su espanto y su alma: E caddi come corpo morto cade. (“Y caí como un cuerpo muerto cae”). Pero no me distraigo con otros desmayos y regreso al primero. Antes de la caída, se produce un terremoto fortísimo y luego, se escucha una ventarrón que anuncia una tormenta —recuerden que estamos algunos kilómetros bajo tierra— y después, para sumar dramatismo a la escena, la caverna infernal se ilumina por un relámpago bermejo: La terra lagrimosa diede vento,/ che balenó una luce vermiglia. (En la tierra llorosa surgió un viento/ que suscitó un relámpago bermejo.)
El canto IV, el canto del Limbo, principia con un trueno estruendoso que despierta al vate florentino. El despertado se levanta como puede y mira a todos partes. Bien a bien no sabe dónde se encuentra. ¿El poeta se pone de pie y aguza los sentido. El ojo sólo distingue un “un despeñadero de dolor / oscuro, profundo y nebuloso” mientras el oído percibe “un sonidero de infinitos lamentos”. Tal vez, si hago un paréntesis de silencio, tú lector escuches esos ayes dolorosos, y también el eterno suspirar sin esperanza de las almas que pueblan el Limbo. ¿Escucharemos también el llanto de los niños que murieron sin ser bautizados? Incluso si nos concentramos es posible oír las ráfagas del huracán que azotan los cuerpos de los lujuriosos del segundo círculo, el chipichipi de la lluvia pertinaz —marca registrada de la tortura china— que golpea, las cabezas, las lonjas y las barrigas de los glotones del tercer anillo infernal y por qué no, el tronar de huesos de la triple mandíbula de Satán —hundido en el centro de la Tierra en un glaciar— quien mastica sin misericordia a Judas, Bruto y Casio en el círculo postrero del averno.
*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es