Ernesto LUMBRERAS*
Guadalajara, Jalisco.- Persiste el lugar común —esa diaria batalla del poeta de ayer y de siempre— de creer que la vocación estética, como la espiritual, del haiku es el asombro del ser humano frente a los portentos y las minucias de la naturaleza. Esa empresa no es permanente o exclusiva, ni resulta ineluctable, no obstante que muchos poemas de dicha tradición han dado prestigio a esa mirada de asombro y hechizo, de tierna incredulidad tocada a veces por una sutil ironía o un dejo de escepticismo. Pero no a todos los poetas, pero no a todos los poemas, les atrae esa aspiración de lo sublime: mundo tocado por la gracia. Más mundanos en sus paisajes y atmósferas, a menudo encuentran la belleza en lo inmediato de la vida corriente, en sus cotidianos afanes por sobrevivir a las pequeñas desgracias:
He dejado mi choza
a las pulgas y los mosquitos,
y he dormido.
Issa
Y por supuesto, también, en esa cosecha amarga de los lugares comunes, está presente la creencia que un propósito implícito o adyacente del haiku es un trasunto moral, una enseñanza edificante que el lector debe atender. Si en determinados casos existe, tal conseja es un reto a vencer a toda costa, un lastre que no permite levantar el vuelo al poema. Importante tenerlo en cuenta: la renuncia a cualquier adoctrinamiento es el principio de la libertad de creación. Ni lección de vida, ni recomendación moral. En tal sentido, la materia del haiku es vasta e insondable, y aborda a menudo territorios contradictorios, ora pecaminosos y pueriles, ora innoble y turbios ajenos a lo política y poéticamente correctos:
Ocupado en trasplantar retoños,
he orinado en el arrozal
del vecino.
Yayǔ
Esta veta iconoclasta tuvo en el siglo XX, tanto en Japón como en Europa y América muy buena acogida. Las vanguardias artísticas también sumaron aportaciones a la escritura del haikú clásico: el uso del verso libre, la licencia en el número de versos, casos, la eliminación del referente a una estación en particular, el uso de la metáfora y del lenguaje coloquial. También, el pequeño poema japonés en el siglo pasado dio lugar a nuevas temáticas de las cuales destacaría, con exponentes de primera línea, el haiku de corte político. En México esta vertiente contaría con el poeta Carlos Gutiérrez Cruz (1897-1930), simpatizante de las luchas sociales del movimiento obrero-campesino de la década de los veinte. Aquí un ejemplo de su trabajo:
Compañero minero,
doblado por el peso de la tierra,
tu mano yerra
cuando saca metal para el dinero
*Su libro más reciente es Santo remedio (Petra Ediciones, 2017). Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es