Ernesto LUMBRERAS*
GUADALAJARA, JAL.- En un primer momento, Eduardo Moga (Barcelona, 1962) fue para mí un nombre, pero especialmente un apellido de resonancias homéricas; no sé por qué digo esto pero insisto en mis desvarío, dos sílabas de luz mediterránea para decir en un tris: ese gamo de espumas bogavantes. Meses antes de conocernos, corroborada su existencia por amigos comunes, la realidad nominal se transformó en una mente lúcida y mordaz que ejercía la crítica literaria con la objetivad del escalpelo y la imaginación del hacedor de mapas de territorios inexistentes pero tan necesarios. Finalmente nos encontramos en el mundo de los mortales durante algunos días de junio de 2012, huéspedes de una hermosa casona de Silver Spring, Maryland, Estados Unidos, durante las jornadas del Festival de Poesía «Teatro de la Luna», en la vecina ciudad de Washignton D.C.
Al apellido y a la mente lúcida sumé entonces la tridimensionalidad de un poeta leyendo sus versos en la Biblioteca del Congreso o llevando una corona de flores a la estatua de Carlos Pellicer en Villahermosa, Tabasco, México. A los pocos minutos de tratarnos salió a la luz el escalpelo de un espíritu insumiso, su incorrección política para hablar de los santones de la literatura en español en las dos orillas del Atlántico, sin insolencia bufonesca ni jactancia de nada, debo decirlo, temas de una charla de sobremesa fraternal y dicharachera mientras los zumos de frutas tropicales o las copas de vino transfiguran la luz de nuestro entorno.
Reconozco en Eduardo Moga a un espíritu reacio a cualquier complacencia y confort, en su aldea verbal y fuera de ella, con la curiosidad del expedicionario pero sin el fanatismo del conquistador, de probada agudeza y renovado ingenio para leer radiográficamente y compartir con generosidad discursiva sus lecturas y hallazgos en los asedios a «la palabra en el tiempo».
Como pocos poetas españoles, Eduardo Moga es un conocedor exhaustivo de la lírica norteamericana, pero sobre todo, de la hispanoamericana. El traductor exigente y cordial es otra de sus facetas Su versión de Walt Whitman devino, en poco tiempo, en un clásico. Nos despedimos hace diez años en la Ciudad de México después de una comilona en casa de la poeta Ana Franco, una despedida que en realidad terminó convirtiéndose en una permanencia voluntaria en su poesía, siempre dispuesta en una zona de inestabilidad propiciatoria, es decir, en riesgo permanente para entendernos en castellano. Pero también, ese adiós me dio la pauta —la cadencia, el desenfado, la calidez— para continuar nuestra conversación en la lectura de sus ensayos y abordajes críticos, escritos con el fulgor de una inteligencia y curiosidad bogavantes, atributos exclusivos del primer remero de las naves.
*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es