Ernesto Lumbreras*
GUADALAJARA, JAL.- Los años veinte de la centuria pasada fueron libertarios, insumisos e intrépidos. Después de la pesadilla de las trincheras de la Gran Guerra, una generación en Europa y Estados Unidos, algo diezmada de espíritu, se lanzaba a restituir al mundo su porción de esperanza y de fe en el prójimo. Pero también, en este agujero todavía humeante, el mal y la locura preparaban el terreno para una próxima aparición todavía más siniestra y despiadada. Es entonces cuando José Ortega y Gasset hablará de la deshumanización del arte, una crítica especialmente contra ciertas vanguardias que se deleitaban mirándose al ombligo bajo la consigna que el único tema del arte es el arte mismo.
En la cintura de esta década onírica, avant-garde, eufórica de jazz y de lenguajes indómitos, aparecieron claves y aventuras que cambiaron el curso de la humanidad y de las humanidades. Hace cien años, un pintor alemán llamado Adolf Hitler, ególatra y fracasado en su afán artístico, sacaba de una imprenta de Múnich su programa político para rescatar a su país: Mein Kampf. En ese mismo 1925, Max Brod, desobedeciendo la voluntad de su amigo, editaba El proceso de Franz Kafka, en cierto modo una recreación mental de la película de terror que filmaría en la realidad el nazismo alemán. También en este año se publicaron tres novelas que ampliaron el horizonte de las posibilidades narrativas en la lengua inglesa, El gran Gastby de Francis Scott Fitzgerald, La señora Dalloway de Virginia Wolf y Manhattan Transfer de John dos Pasos; a su manera, cada una de estas tres piezas estelares de la novelística moderna iluminaba la grieta del pasado inmediato y se atrevía a imaginar, con una pizca de optimismo, una temporada de felicidad efímera y cruel.
En el ámbito de la poesía internacional dos libros publicados en 1925 llaman todavía fuertemente nuestra atención un siglo después: Huesos de sepia de Eugenio Montale y Los hombres huecos de T. S. Eliot. En el poema “No nos pidas la palabra que contenga por entero” del primero título, el lector puede encontrar esa respuesta tan solicitada sobre todo en tiempos de crisis: ¿para qué sirve la poesía? El italiano contestará con estos cuatro versos traducidos a nuestro lengua por Guillermo Fernández: “No nos pidas la fórmula que pueda abrirte mundos, /sí alguna sílaba torcida y seca como una rama. Hoy podemos decir sólo esto:/ lo que no somos, lo que no queremos”. En este último verso se encuentra la clave: la poesía sirve para decir y decirnos lo que no somos y no queremos ser.
También, este 2025, la literatura mexicana debe celebrar el centenario de la aparición de los primeros libros de José Gorostiza, Canciones para cantar en las barcas y de Salvador Novo, XX poemas. Asimismo un festejo que estará presente en la programación de actividades literarias será el centenario del nacimiento de la poeta, narradora y ensayista chiapaneca Rosario Castellanos, escritora que en los últimos años ha despertado mucho interés en las nuevas generaciones. En el ámbito de la historia, los cien años de la llegada al mundo de Luis González y González será un extraordinario pretexto para organizar seminarios y ediciones en torno del autor de Pueblo en vilo, la Biblia de cientos de cronistas de todo México.
Vendrán otras efemérides centenarias, la del escritor japonés Yukio Mishima, la del pintor oaxaqueño Rodolfo Morales, del actor Ignacio López Tarso, del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal, del cineasta inglés Peter Brook, del músico francés Pierre Boulez… Por lo visto, el año de 1925 fue una muy buena cosecha.
*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es