Ernesto LUMBRERAS*

GUADALAJARA, JAL.-Entre los primeros visitantes que celebraron las series murales que José Clemente Orozco pintó en Guadalajara entre 1935 y 1936 se encuentran el escritor norteamericano Waldo Frank, el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón y Jorge Cuesta, considerado por muchos como la inteligencia más crítica de las letras mexicanas. Vinieron otros curiosos y admiradores del artista jalisciense. Refiere Fabienne Bradu, en su Breton en México (1996), que a mediados de julio de 1938 estuvieron en Guadalajara, León Trotski, André Breton, Frida Kahlo, Diego Rivera y Jacqueline Lamba. En ese momento, Orozco había concluido sus murales en el Paraninfo de la Universidad y en Palacio de Gobierno. Mientras Rivera y Breton, en compañía de sus parejas, se paseaban por la Laguna de Chapala, el líder ruso visitó los murales orozquianos. El pintor jalisciense pidió al fotógrafo Víctor Arauz que pasara al hotel del distinguido visitante y lo llevara a la Universidad. Allí lo recibió Orozco para mostrarle sus frescos. El arte y la historia se encontraron en ese edificio público aquella mañana de verano. El hombre de ideas y el hombre de imágenes acudían a una cita que los pondría a prueba respecto de lealtades artísticas y políticas.

Al principio, mientras caminaban por el auditorio, conversaron amigablemente, siempre en inglés —cuenta Arauz— hasta que de pronto el creador del Ejército Rojo empezó a vociferar y a reclamar al pintor. Como el fotógrafo desconocía la lengua en que hablaban no supo qué fue lo que molestó al político ruso exiliado en México. Personalmente creo que el enojo se debió a la caricatura de Marx en el muro y a la bandera roja que cubre uno de los brazos del ahorcado de la cúpula. Es posible que “el entripado trostkista” viniera de una vista previa a los frescos de Palacio de Gobierno donde observó, con encono e incredulidad, el carnaval de las ideologías donde nazis y comunistas coincidían en un aquelarre grotesco y demencial.

La historia de tal desencuentro tiene un testimonio más. Una de las primeras lecturas críticas de la obra mural de Orozco en Guadalajara la realizó Antonio Gómez Robledo en la revista Ábside de abril de 1939. Allí comenta que el nacido en Zapotlán el Grande les contó —deduzco una conversación con Efraín González Luna y el articulista— su affaire con Trotski o al menos, una parte del mismo. En el mural hay un personaje mofletudo, de sombrero de ala ancha, bigotón y con barba de piocha que forma parte del coro de líderes corruptos. En esa caricatura el ex jefe bolchevique reconoció al líder sindicalista francés Léon Jouhaux, célebre comunista y amigo suyo. El mexicano expresó que no sabía de quién estaba hablando, que nunca en su vida había visto un retrato del tal monsieur Jouhaux. Trotski no lo creyó y contestó retador y furioso:

—Pues salió exacto. Hasta en el modo de ponerse el sombrero.

 

*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966). De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es

 

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