Ernesto LUMBRERAS*
GUADALAJARA, JAL.-Varios siglos después de muerto, siete ciudades se disputaron el honor de ser la patria del poeta Homero. Para sumar leyenda al asunto, ciertos autores afirman que el mítico aeda ciego transcurrió su vida mendigando en Esmirna, Atenas, Quíos, Rodas, Salamina, Argos y Colofón, el septeto de ciudades-estado que reclamaron ser la cuna del fundador de la poesía occidental. Aunque los datos confiables en torno de su biografía son pocos, la mayoría de los historiadores de literatura griega aceptan que fue contemporáneo de Hesíodo, hombres del siglo VII A. de C. quienes convocaron, en un mismo coro, a los dioses y a los hombres con el propósito de sumar intensidad, audacia y belleza a la realidad mundana.
¿Las ciudades donde amaron, sufrieron y escribieron sus libros se siguen disputando honras y merecimientos de los poetas modernos? Tal vez el siglo XX vio morir a la última camada de poetas continentales, lo que signifique ese adjetivo rimbombante. Hace poco más de un siglo murió uno de ellos en el orbe de la lengua española: Rubén Darío. Tres años después caía otro bardo de época: Amado Nervo. Lo que decían y lo que no decían los liróforos en aquellos tiempos pesaba en la sensibilidad y en el pensamiento de la sociedad. La centuria pasada vio pasar también incendios y tempestades verbales que respondían al nombre de Federico García Lorca y Pablo Neruda. En otras tradiciones lingüísticas, la poesía fue ágora y banquete —espacio del rito y el mito— con su Dante Alighieri y Giacomo Leopardi, su William Shakespeare y John Keats, su Luís de Camões y Fernando Pessoa, su Wolfang Goethe y Henrich Heine, su Alexander Pushkin y Anna Ajmatova. Pareciera que en el presente aquello es historia vieja y, en muchos casos, ruinas a punto de venirse abajo, lugares habitados por ecos y murciélagos, fantasmas que nos recuerdan en las horas del sueño otra edad, un tratado de armonía posible en tiempos de miseria, una fortaleza para dar batalla frente a la invasión permanente de los bárbaros del progreso y de los corsarios de la economía de mercado.
En el apogeo del capitalismo salvaje y sus nefastos efectos directos y colaterales —pobreza extrema, migración, epidemias, devastación ecológica, terrorismo—, el lenguaje de la poesía no ha marcado un frente crítico que desbarranque a los nuevos jinetes del Apocalipsis. Pero vive aún, a veces en el centro de un debate de espuma y buenas intenciones; en otras, enrarecida e incrédula de su posible peso específico en la discusión actual, muestra los dientes y espanta a las buenas conciencias. A pesar de su descrédito, de su autoexilio, la poesía estará donde menos se la espera, vestida a veces con la indumentaria de un príncipe mendigo en medio de una fiesta de gala de poderosos, lista para lanzar la carroña de Baudelaire sobre la mesa de comensales o de solicitar a la orquesta un vals para lobos y pastor.
*Ernesto Lumbreras (Jalisco, 1966) *De la inminente catástrofe. Seis pintores mexicanos y un fotógrafo de Colombia de Ernesto Lumbreras, edición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicada en este 2021.Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. lumbrerasba@yahoo.es