Edgar SAAVEDRA

I

Llevar la pintura más allá de la orquesta visual cotidiana parece la misión del pintor Alonso Chávez. Llevarla a través de un vuelo de acumulaciones poéticas y saludables argumentos de conciencia social. Y es que el buen arte requiere de capacidad analítica, reflexión, experimentación, riesgos, entre una larga lista de procesos, procedimientos y capacidades técnicas; aún más, lo atrás enumerado se debe encauzar bajo el tenor de la sensibilidad y congruencia con las necesidades imperantes de nuestra época. Sobre esto último, el artista debe (si quiere, es cierto) ser un radar que detecte las anomalías en las que puede intervenir generando contenidos proactivos, aquellos que estimulen el pensamiento y motiven a la acción; dicho de otro modo en sus antecedentes: no puedes tener un sentimiento o emoción sin antes haber experimentado un pensamiento. Aplíquese entonces este proceso al acto artístico de una pintura que promueve algo más que la belleza.

¿Hallamos esta cualidad en los trabajos de Alonso Chávez? Sin duda. Digamos que se ha propuesto una ornitología de la conciencia. Pintar aves no es un pasatiempo, aunque se disfrute como tal. En su caso, existe la intención de formular una amplia lectura sobre el acto urgente de la conservación del medio ambiente. No es lo mismo pintar un elefante de circo (que ya no se utilizan, y en todo caso son clonadas fantasías) que una antología de aves hiperbólicas que vaya atizando el sentido de sobrevivencia y la necesidad de meter las manos por conservar las especies en extinción… emular al pájaro carpintero que perfora la corteza de los árboles para almacenar su comida.

Las analogías e interpretaciones son consecuentes en la obra de Alonso Chávez, hilo conductor que permite al espectador avezado establecer asideros de identidad, aun cuando se traten de escenas espontáneas a la manera de ese «soñar despierto dirigido» de la psiquiatría moderna. Dicho sea de paso, algunas imágenes están inspiradas en la literatura, o libros de cabecera, donde el ámbito inconsciente vuelve aflorar en el concierto de las posibilidades pictóricas.

II

Su aplicación del trazo en el lienzo o las salpicaduras de pintura a la manera de caprichosas estrías de fondo, no pasan por la falacia del descubrimiento del agua tibia, sino por la intuición básica de un acto reflejo. Esa intuición que presume experiencia previa –errores incluidos, por supuesto, y corregidos cuando asoman la nariz–, que está dispuesta a armar una hoja de vuelo por una ruta que borra la afición y la suplanta por el amor agreste al invadir los predios abisales de la tela en blanco. Entendemos que si la pintura no conlleva el tónico de la pasión, el resultado será la vil conveniencia de complacer el berrinche ajeno, mántrico (me gusta, no me gusta) aquel que consume no certezas, sino moda, color solo, decoración, telas sin las crónicas fundamentales del autor.

Luego de establecer los primeros pasos viene el argumento con nervaduras más subjetivas que encuentran justificación en el entendido que el ejercicio de la pintura tiene variables más allá de sus estructuraciones concebidas. ¿Qué significa esto? Que la pintura es un mapa de intensidad y descubrimiento creativo ascendente. En el caso de Chávez se descubren geografías pictóricas, a través digamos, de una zoología que describe mediante un particular lenguaje el gusto deliberado, genuino por las aves y sus hábitats. Hay que apuntar, sin embargo, que no es el único tema que aborda en sus creaciones, solo el que, por ahora, resalta con un intimismo casi obsesivo.

III

Hablar de aves, pintarlas, construir escenografías para su protagonismo o proponer lecturas mediante su inclusión en el arte, no es decir menos; la complejidad de ese sistema fáunico está compuesto por la abundancia, riqueza, densidad, composición, costumbres, “rituales”, entre otros, que las traspolaciones desde el ámbito objetivo a la libertad de interpretación y ejecución que permite la  pintura, derivan en un reto de salvoconductos plásticos vuelto onírico, con una buena dosis de humor, perplejidad y venturosas alquimias. No hay duda que para Alonso Chávez, en un doble propósito, las aves son también metáfora de la libertad. Decía Xavier Villaurruria: «Obra humana, la obra de arte tendrá que ser la expresión exterior de este mundo viviente y diverso de fusiones invisibles de los innumerables y complejos seres que pueblan nuestro cuerpo interior. La obra de arte plástico se servirá de la materia –telas, colores, óleos, papeles– como de un simple medio para hacerlas visibles». Hay que añadir que en ocasiones esa materia puede ser de origen impredecible y en ocasiones inhóspito.

IV

Es la calistenia pictórica de Alonso Chávez se cuenta una de las series más preciadas por él, El valle de las aves, armada hace algunos años. En ella se representaban especies típicas del área central de Oaxaca. A esta le ha seguido un proyecto de envergadura más libre titulado Parvada de trapo (apoyado por la galería ALKARO21 de la ciudad Oaxaca), una exploración –en palabras del pintor– que le ha “permitido aprender a utilizar elementos textiles para dar textura y enriquecer los elementos”. Pareciera que estos trabajos son la analogía de un taxidermista, aunque sin detenerse tanto en la estilización y si lo suficiente en el absurdo y sus enigmas. La variedad de expresiones es increíble, algunas fuertemente diferenciadas; por ejemplo, en el cuadro titulado El extraño se trata de un ‘cardenal norteño’ sobre un alambre de púas, quizás en el polígono de un campo de prisioneros, pero a su vez nos regodeamos mirando con morbo literario su caperuza roja. Otro lleva por nombre Eterna creadora; aquí es una cacatúa color rosa vestida demodé, con corpiño de niña, y su cresta es un estallido de colores al óleo. Parafraseando a cierto columnista, todo gran pintor, al narrar una escena, preserva su mundo más genuino (e ingenuo).

V

Así es el transcurrir del día a día en la fértil creatividad de Alonso Chávez. En cada pieza de Parvada de trapo se descubre, en sus «organismos de expresión» guiños geniales, la capacidad de construir historias concretas o furtivas, decantadas muchas veces a la segunda mirada. Estas pinturas ofrecen a los espectadores bandadas de pájaros cubiertos o disfrazados parcialmente con pliegues gravitantes de ropa humana, como se ha apuntado, escogida con puntualidad de un amplio fardo dispersado por todo el taller, con la intención de que la pasarela fabulosa proponga una nueva anatomía. O simplemente sea el avistamiento del ave de la psiquis.

 

*Periodista cultural.

edgarsaavedra@outlook.com

 

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