Toño SALDAÑA*
BARCELONA, ESP.- Supongamos que conociste a alguien, te pareció maravilloso, han salido muy pocas veces y tú sientes como si lo conocieras de toda la vida. En muy poco tiempo sientes que estás muy enamorada y que no sabes cómo has podido vivir sin esta persona. Sin embargo, dentro de esa “mágica” relación, hay algo que te hace estar atenta con una hipervigilancia ante posibles amenazas, por ejemplo, dejó de escribirte, no te invitó a algún evento familiar, te prometió llamarte y no lo hizo o revisas sus redes sociales y ves que se está divirtiendo, sin ti, etc. Esos escenarios se desproporcionan en tu interior y te dices cosas como, seguro ya no le gusto tanto, está pensando en dejarme, habrá conocido a alguien más. Te da por repasar detalladamente las conversaciones que tuvieron, incluso comienzas a tener pensamientos incesantes de todos los momentos a su lado y casi siempre encuentras algo que hiciste “mal”. Así, poco a poco te reafirmas que la relación está a punto de terminar, te han dejado de querer. La ansiedad aumenta, pero cuando la persona en cuestión se pone en contacto contigo, te dices algo como, “todo me lo imaginé”, y de golpe la ansiedad desaparece, pero cuando vuelve a irse la historia se repite, desatando celos, reclamos e incluso amenazas de romper.
¿Alguna vez te has sentido frustrada en una relación y no sabes muy bien por qué sientes tanta inseguridad? ¿Constantemente ves señales de que la otra persona puede haberse enojado contigo por algo que ignoras? ¿Tienes necesidad de afirmación de que eres amada? ¿Te da miedo romper una relación aún sabiendo que no va bien? ¿Vives pensando en que tienes que esforzarte más, ayudar más, amar más o que la relación que tienes depende de ti? ¿Detectas con mucha facilidad las necesidades del otro y sientes mucha empatía ante ello? Si te sientes identificada es muy probable que tengas un estilo de apego ansioso.
El estilo de apego ansioso surge en la infancia como respuesta ante la inconsistencia en los patrones de crianza y cuidado que tuvieron los padres. Ya fuese porque eran poco predecibles y el niño no supiera cómo iban a reaccionar ante una de sus necesidades, hasta el hecho de que por cosas como el trabajo, problemas personales, enfermedades, duelo, divorcio, trauma, etc., el niño, a veces era ignorado y esto generó una herida del abandono, desatando un mecanismo de defensa a modo de dependencia, lo que desarrolló la hipervigilancia tan característica del estilo de apego ansioso.
Cuando hay inconsistencia continua en el cuidado, la mente del niño genera estrategias para ser visto, berrinches, gritos, abrazarse a la pierna de mamá, pedir que no lo dejen, contener el aire, dormir en la cama de los padres, no querer hacer nada si mamá o papá no están cerca, etc. Todas estas conductas, llamadas de protesta, mutan con el paso del tiempo hasta la edad adulta, donde en vez de tirarse al suelo o patalear lo que se hace es perseguir, reclamar, discutir, celar, pedir explicaciones, etc. Todo esto se debe a que el sistema nervioso aprendió que el vínculo no es seguro y si este se rompe es por una falsa insuficiencia en la valía personal, lo cual genera mucha ansiedad por los dos grandes miedos de este estilo de apego, el abandono y la soledad.
La mejor forma de contrarrestar esto es entender que no se es un bebé necesitado que va a morir por el abandono, ya que como adulta/o nadie puede abandonarte y si esto sucede podrás hacerte cargo. Sólo tú puedes cubrir el rol de tu cuidador pues tú ya eres suficiente.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960.
Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.
IG: tonosaldanaartista
YouTube.com/c/TonitoBonito