Antonio SALDAÑA*
Conoces a alguien que te parece ma-ra-vi-llo-so, con un atractivo indescifrable. Te dejas llevar, le cuentas toda tu vida, te visualizas caminando, jugando, riendo y porqué no, viviendo juntos, todo esto en pocos días, lo cual interpretas como amor. De repente todo cambia. El buenos días de la mañana no lo recibes, y verlo será complicado porque tiene mucho trabajo. Tu mente, estómago y corazón están revolucionados, comienzas a preocuparte, no puedes concentrarte en otra cosa que no sea él (o ella), incluso hasta el sueño se te va rumiando las conversaciones que tuvieron, pensando en qué hiciste mal.
La ansiedad se ha desatado, no sabes qué hacer, piensas que tienes que solucionarlo. Sufres tanto que te dices, ¡lo amo mucho!, ¡no quiero perderlo! Y a pesar de todo él se aleja más y más. ¿Pero qué diablos sucede?
La relación entre un ansioso y un evasivo suele ser muy complicada e incluso retadora porque tienen una manera casi opuesta para confrontar los problemas y las emociones.
La persona con apego ansioso aprendió a vincularse desde la herida del abandono, y la evasiva desde la del rechazo, lo que significa que la primera persigue para no ser abandonada y la otra huye para evitar sentirse rechazada. Los ansiosos están hiper vigilantes a cualquier señal de ruptura y quieren resolverlo lo antes posible, hablando, reclamando e incluso suplicando, lo cual genera más conflicto, sin embargo, los evasivos perciben esto como señal de rechazo, por ello prefieren dejarlo enfriar sin hablar, pasando página rápidamente y evitando adentrarse en todo lo intensamente emocional, lo cual para el ansioso genera un aumento en la inseguridad, porque a diferencia del evasivo, ellos no saben poner pausa a sus emociones.
El ansioso siente atracción por el evasivo porque su comportamiento le resulta familiar, ya que seguramente fue el mismo modelo que tuvo de crianza, donde su cuidador principal cuando estaba presente le daba mucha atención, pero en ocasiones este se alejaba, dejando al niño con la incertidumbre de no saber si había sido abandonado. Esto desarrolló la creencia de que el “sufrimiento está ligado con el amor, sino la separación no dolería”, cosa que es mentira.
Por otra parte el evasivo, en su infancia, aprendió que no podía expresarse, ni confiar, que las emociones eran signo de debilidad y que la mejor manera de estar era no estando. Para él la dependencia es insoportable, y que alguien le exija o lo responsabilice emocionalmente es inaceptable. Sin embargo ambos, tanto el ansioso como el evasivo, al inicio se sienten atraídos porque cada uno representa a la principal fuente de amor y cuidados que tuvo en la infancia. El evasivo con una padre o una madre, que le reclamaba, exigía, regañaba o no le reconocía el esfuerzo, y el ansioso con un padre o una madre cuya atención fue intermitente creando dependencia, inseguridad, y miedo a la separación. Obviamente, ambos como adultos se atraen porque cada uno representa el modelo de “amor” que tuvieron en la crianza, mismo que será el que desate el conflicto, persigue y aleja.
Tanto para el ansioso como para el evasivo, tendrán que responsabilizarse del estilo de apego propio y trabajar para llevarlo a un apego seguro. Para ello pueden comenzar leyendo algún libro como “Abrázame Fuerte, de Sue Johnson” o “Maneras de Amar de Amir Levine y Rachel Heller”.
Por lo pronto, quiero que recuerdes que vemos al mundo no como es sino como en realidad somos.
*Master en coaching en inteligencia emocional y PNL por la Universidad Isabel I de Castilla. Nº 20213960. Diploma en especialización en coaching y programación neurolingüística (PNL) por la Escuela de Negocios Europea de Barcelona.
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